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1 de diciembre de 2014

Cap. 21- TIEMPO DE PARTIR: Partes I y II - FINAL


CAPÍTULO 21

TIEMPO DE PARTIR
-FINAL-

"CON TE PARTIRÈ"
 ANDREA BOCCELLI & SARAH BRIGHTMAN   


CAPÍTULO 21

TIEMPO DE PARTIR

Parte I



Desde que llegaron al hospital, Edward simplemente ya no se despegó de su lado. Sintiendo el dolor de unos padres destruidos que lloraban constantemente y  deseando poder manifestar del mismo modo su pena. Pero muerto como estaba, nada salía de sus ojos.


Su aparente fuerza cuando era evidente cuánto sufría también, fue malinterpretada por los Renaud. Qué calificaron de estoica su actitud, adjudicándola a una agobiante vergüenza. Así que Sylvia intentó aligerarle la presión, tomándolo por el brazo en un gesto solidario y agradeciéndole verbalmente el estar ahí con ellos.


Edward se sintió sumamente incómodo por el perdón tan desinteresado que le estaba otorgando ella. Y aunque asintió educadamente, su sombrío gesto armonizó con apesadumbrada voz, a su auténtico sentir, al afirmarles lo mal que se sentía por haberle fallado a su hija cuando más lo necesitaba.


-Edward, muchacho, no te mortifiques. Tú has llevado tu propia carga por mucho tiempo. –Respondió ella con suavidad, mientras le hacía un gesto cariñoso en el brazo y luego se volteaba a mirar a su hija.- Además, ustedes ya fueron un bastión el uno para el otro. Así que deja de disculparte por haber sido débil un momento. Lo que importa es que estás aquí, ahora. –Sylvia se encogió de hombros, con una triste mueca por sonrisa.- Elise habría estado feliz de saberte de vuelta, pero conociendo a mi hija, sé que hubiera intentando por todos los modos posibles ayudarte a que no sufrieras por ella.


Edward se crispó por dentro, evitándole la mirada a la interlocutora. No podía soportar que Sylvia hablara en tiempo pasado de su hija, resignada evidentemente a verla morir. Él no podía aceptar eso aún. No. Pero estaba hundiéndose en la desesperación, al tener tan cerca la aparentemente negada posibilidad de convertir a Elise. 


Y es que desde la madrugada, habían debatido velozmente junto con Carlisle las limitadas opciones que aún existían. Pero todas parecían estrellarse, en ensayo, contra el fracaso. Lo único que tenían a mano en realidad era la ayuda temporal de la ponzoña, ¡y ni siquiera eso parecía estar funcionando!


Obviamente Edward, no había esperado ni un segundo en cuanto supo por Alice del estado de Elise, para exigirle a Carlisle la infundiera con la ponzoña en cuanto fuese posible. Pero aún con esa dentro de su cuerpo, Elise no había vuelto en sí, todavía. 


Carlisle sabía por sus experiencias anteriores que no podían darle tan pronto más de la misma, por mínima que fuese la cantidad, sin desencadenar una funesta reacción en ella. Su cuerpo podría convulsionarse en espera de más, para iniciar la conversión. Y al faltarle esa, los órganos colapsarían por el deterioro de los mismos. Así que por el momento, parecía que lo único que habían logrado, era alargar su agonía.


Esa idea agobiaba a Edward. No quería que ella sufriera todavía más.


La otra opción, la de atreverse a fingir la muerte de Elise, tampoco era viable sin tener su consenso. Ya que transformarla en ese desequilibrado estado conllevaba un riesgo demasiado grande. Éste no radicaba en que los descubrieran, o en la ignorancia de Elise del trance; como lo estuvieron Rose, Esme y el mismo Edward. Sino en que el daño físico en ella abarcaba su mente, que se hallaba delirante y perdida. 


Eso dejaba la casi certeza de que al despertar, lo que habría ahí, dentro de su forma, no sería su Elise. Sino una entidad alucinante que no diferenciaría realidad de fantasía y que resultaría muy peligrosa para todos. Humanos y vampiros por igual.


Edward se mesaba los cabellos constantemente, preocupado. Recordando como Alice le había pedido que no perdiera la esperanza apenas unas horas antes. Pero justo en ese instante, con toda la frustrante situación que tenía enfrente, aquello parecía inútil. 


¡Quería gritar de desesperación! ¿En verdad ese iba a ser el final?


Quizá por rebeldía para con la aceptación de Sylvia, o por el cambio interno de él, hizo a un lado su mesurado carácter y se aferró a la necesidad de implorarle audiblemente a Elise por su perdón. Afirmándole vehementemente la autenticidad de su amor por ella y rogándole, para sumo malestar de los padres, luchara una vez más por ambos. 


Por volver a él.


Pero al parecer, sus palabras no le llegaban. Elise sólo farfullaba en respuesta una incoherente y queda maraña de frases  al azar. 


Ni siquiera buscándola en su pensamiento lograba realmente sentirla. Su mente estaba desconectada, intentando aislarse del dolor. Refugiándose a través de la fantasía y los recuerdos, en la bendita ignorancia de su inminente fin.


Al ver que no reaccionaba a sus súplicas, Edward decidió que la acompañaría ahí, donde sólo podría ir él, por más doloroso que fuese seguir al fantasma ciego de ella en su cabeza. Si en algún momento recuperaba la cordura, lucharía por sostenerla en esa y obtener su permiso para salvarla. Pero Elise era una criatura ida, que saltaba de la infancia a la adultez sin transición alguna, y que se le escapaba rápidamente cada vez que era ella en verdad, con toda su calidez y amor por él.


Experimentando una agonía propia, Edward atestiguó turbado muchos sueños, pesadillas, recuerdos y anhelos de Elise; entremezclados al parecer, con una leve y esporádica conciencia de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Escuchar sus privados devaneos y reflexiones, le permitió a él profundizar el conocimiento sobre quién era ella, llegando a comprenderla y amarla aún más. Con todo y eso, se sintió muy incómodo por invadir así su intimidad, que siempre había procurado respetar. 


Estando a punto de renunciar a seguirla, súbitamente un extraordinario escenario comenzó a resonar con conmovedora claridad en la mente de Elise. Edward casi desfalleció al atestiguarlo. Y fue tan fuerte el sentimiento que éste le produjo, que la decisión fue casi instantánea. Aquel era un deseo íntimo compartido, que podía cumplirle aún. 


Con agridulce sentir, se soltó de Elise para concentrarse en las consecuencias de sus acciones. Quedaba muy poco por disponer ya y repentinamente, junto con esa fallo, llegó otro, que al comprenderlo y aceptarlo, le bañó de paz.


Una vez cierto de sí, se dio a la labor de localizar a Carlisle. Lo necesitaba presente para cuando hablara con los Renaud sobre el deseo de desposar a su hija. 


Sabía que a pesar de la generosidad de su padre, tendría que convencerle de que aquellas intensiones no estaban relacionadas con Isabella, en lo que podría parecer un intento de corregir el pasado de fallas incurridas. Sino simplemente sus más honestas aspiraciones. Unas, compartidas con Elise, las cuales había vislumbrado en las fantasías sin censura de su pensamiento. 


Elise anhelaba también casarse con él algún día y seguir juntos así, por la eternidad.


Así que cuando Carlisle atendió a su llamado, se dirigió a él con un pensamiento libre de fantasmas y remordimientos. Porque eso justamente era lo que siempre había sido la imagen de Bella. Un auto flagelo conducido por su psiquis otrora juvenil, que había permanecido inconclusa al morir él, con tan solo diecisiete años. 


Fue fácil referirle cosas que su padre ya conocía. Como el que el amor que había sentido por Bella, había sido maravilloso en su pureza y autenticidad. Tal como lo es el que se siente siempre a esa joven y voluntariosa edad. A pesar de que para entonces, su cuerpo muerto, tenía más de cien años transitando por el mundo.  


Le describió que le amó, tanto y tan torpemente, que su cariño estuvo lleno de enormes yerros bienintencionados, mismos sentenciaron su relación con ella.


Uno de los más importantes, había sido el de no haberse casado con Bella, por temor a condenarla ante Dios al atarla a un ser maldito. Que era lo que él creía de sí mismo por encima de toda opinión de ella o de su padre. Y el más grande, el de no haberla convertido. Dedicándose egoístamente a amarla y adorarla  mientras estuvieron juntos. Cegándose a la realidad de sus actos y teniendo en consecuencia de sus absurdas decisiones, que renunciar a ella, tan sólo una década después.


Luego llegó el momento que más le dolía a Carlisle como padre, que fue el de recordar lo que sucedió cuando Isabella murió. Cuando perdió a su hijo por lo que pareció para siempre. Enloquecido por el dolor y los arrepentimientos. En un modo aparentemente irreparable, por ser lo que eran ellos.


Ambos sabían, que de no ser por Elise, Edward jamás habría vuelto a casa. Atormentado por la constante lucha contra sí mismo y sus demonios.


-Sé que en aquél momento, Carlisle, quería ayudarla con desesperación. Pero mis intenciones no eran tan puras como quisiera presumir. Y aunque me avergüence reconocerlo, supongo que tú ya lo sabes. Mantenerla a salvo, era también por mí. Porque no podía dejar desaparecer aquél leve parecido que tenía ella con Bella, en el diluido aroma de su sangre. Y todas las alucinaciones que eso producía en mí.


-Lo sé, lo entiendo. Un vampiro se autopreserva a pesar de sí mismo.


-Sí.


Edward hizo una momentánea pausa. Aquello parecía muy lejano ahora que era libre de sus culpas. Y también porque podía ver ya, que si no hubiese sido por los matices de su locura, haría mucho que su ser se habría volcado completamente en amor por ella. Porque así debió haber sido naturalmente.


Sin entrar en pudorosos detalles con su padre, le confió el cómo cuestiones imposibles sucedieron después de que se atrevió a mezclarse cabalmente en la vida de Elise. Aceptando embelesado, que él le quería y lo que la asombrosa calidez de ella le proporcionaba a su frío interior.


Edward sonrió involuntariamente ante los recuerdos mientras le explicaba a su padre, el cómo de repente la existencia se hizo más liviana al lado de Elise. Incrédulo ante la posibilidad de que alguien le amase de nuevo. Y de que él pudiese ser, casi completamente feliz, una vez más.


-Entiende Carlisle. Si nuestra existencia no estuviese limitada por esta maldita trampa de inmovilidad, haría mucho que se lo hubiese pedido. Pero no me atreví si quiera a considerarlo jamás, porque no podía darle a ella, lo único que me pedía para dejarme convertirla. Mi pobre Elise… Es demasiado injusto Carlisle. Por favor ayúdame a concederle al menos esto. Aunque quizá nunca se entere de ello.


-Edward…


-Padre, escúchame. La amo de un modo tan cierto y tan distinto, que no dudo nada de mí, ni de mi futuro. Dejé de ser un muchacho congelado en el tiempo y me volví un hombre gracias a ella y su amor. Apóyame, será más fácil lograrlo si te ven a mi lado.


-Edward, es que temo por ti. Por lo que pueda sucederte cuando ella… Si Elise, muere.


Edward lo miró sereno. Comprendía a su padre, pero tenía todo inalterablemente resuelto para sí.


-No te preocupes. No enloqueceré de nuevo. Estoy perfectamente consciente de las escazas posibilidades de ella. 


Si Carlisle dudó al principio, fue sólo por la desdicha implícita en esa unión. Pero luego, conmovido por la verdad de Edward, accedió. Ambos sabían que aquella boda no sería válida, pero si su hijo se sentía tan bendito como para pedir a Dios consagrara su amor. Estaría con él.


Aún si eso, no llegase a durar, ni dos días.


Juntos, regresaron donde los Renaud. A quienes obviamente, dejaron sorprendidos con  su petición. Sylvia y Karl no quisieron aceptar en un principio, alegando que aquello era demasiado trágico e inadecuado. Pero Edward impugnó toda y cada una objeción. Y después de unos estresantes minutos, logró el ansiado permiso.


Carlisle se dio a la labor de comunicarle a la familia lo que iba a suceder. Pidiendo a su mujer ayuda, para que se encargaran de los detalles menores. Él contactaría al hospital para que localizaran a un sacerdote que pudiese acudir prontamente y le explicaría cual era la situación, para que accediera.


Poco a poco todos los Cullen arribaron al hospital. Incomodados de sobremanera por los esporádicos sollozos sin lágrimas de Alice. Nada bueno podía venir del futuro que ella seguramente estaba viendo. 


Apenas la diminuta vampira llegó al lado de su hermano, le suplicó cambiara de opinión. Pero éste sólo le besó la frente con gran afecto, mientras negaba suavemente con la cabeza.


Rose por otra parte, se acercó a Sylvia y Karl con timidez, pero con grandes muestras de cariño y consuelo poco usuales en su carácter. Al parecer, la fría rubia, sentía una gran necesidad de cuidar el ánimo de los dolientes padres. La señora Reanud, se aferró a su ternura como si fuese una tabla de salvación para su debilitado espíritu.


-Sylvia, gracias a ambos, por concederle a mi hermano éste deseo. Yo sé cuánto le amaba Elise. Y cuánto quería que él fuese parte de su vida por siempre. Estoy segura, de que si hubiesen tenido más tiempo, si las cosas hubiesen sido distintas… Hubiéramos asistido a esa boda, llenas de felicidad.


La voz se le partió a Rosalie mientras hablaba y tomaba de la mano a la madre que movía la cabeza afirmativamente en respuesta a sus comentarios.


Ambas tornaron sus miradas sobre la enferma. Cada una con pensamientos distintos y similares, respecto a las extrañas circunstancias en que esa desdichada boda iba a sucederse.


-Rose… Yo creí que ellos volvían para casarse. Jamás imaginé que sería para despedirse de nosotros.


La rubia hizo un gesto, comprensiva. Le dolía mucho ver la pena de Sylvia.


-Gracias por amar tanto a tu hija, que aunque sea en este triste momento, le regales lo que debió haber tenido por derecho si no le hubiesen tocado estas cartas.


Sylvia asintió y arrebatadamente, motivada por la conversación, le confió algo respecto a su hija.


-¿Sabes? Elise no podía tener hijos, Rosalie. Se lo dijimos hace mucho, cuando no era más que una jovencita. Las quimios le arrebataron esa posibilidad.


Rosalie arqueó una ceja. No esperaba eso, pero le fue fácil entenderlo.


-¿Y te digo algo? Le tomó un buen tiempo aceptarlo. –Los labios se le curvaron hacia abajo en una triste mueca al seguir hablando.-  Mi niña tuvo una vida muy azarosa, pero siempre supo salir adelante. Un día me dijo simplemente, que si no iba a ser madre nunca, entonces iba a dar ese amor a todas y cada una de las personas que conociera en su vida. Porque si iba a ser incapaz de completar ése círculo de la vida, entonces dejaría algo tras de sí, en muchos. Aunque no fuesen de su propia sangre.


-Tu hija era muy especial Sylvia.


-Sí, Rose. Si.


Ambas mujeres se miraban en comprensión, cuando una abochornada Alice se acercó a ellas para interrumpirlas. Contándole a la madre el deseo que Elise le había formulado la noche anterior a cerca de que la ayudase a mejorar su aspecto antes de que Edward volviera. Y quería pedir permiso, para cumplir esa voluntad. 


Aquellos no tuvieron inconveniente en acceder. Estaban demasiado extenuados para objetar nada ya.


Con Sylvia mirando y con la ayuda de Rose, comenzaron el proceso de vestir y maquillar a la postrada chica.


Alice no dejaba de hablarle con ternura a Elise mientras deslizaba sobre el demacrado rostro brochas y pinceles. Prometiéndole dejarla muy bella para su hermano y pidiéndole abriera los ojos bien para mirarse y decirle si le gustaba. Tenía la esperanza de que aquella reaccionara, sacudida de su entumecimiento por lo que iba a suceder, pero no fue así.


Elise seguía sumida en su pesado delirio.


Una vez preparada la novia, y contemplando en el pálido rostro de su hija, repentinamente Sylvia no pudo más y se puso a llorar con avasalladores lamentos. 


Elise se veía como un delicado y extraño ser, de rojiza y vaporosa melena alrededor de un bello rostro, enfundada en un magnífico y simple vestido que Rose había proveído para la ocasión.  Luciendo así, semejaba a una Reina Titania, entregada al loco sueño de una noche de verano. Del cuál, debía despertar.


Rose se aprestó a darle su fuerza a la madre y la ayudó a salir de la habitación en busca de aire y de alejarse un momento del dolor. Dejando a Alice a solas con la moribunda.


Apenas ésta estuvo segura de que nadie estaba lo suficientemente cerca como para escucharla, se agachó por encima de la cama, hasta alcanzar el oído de su amiga y con afligido sentimiento le dijo:


-Sigue intentándolo Elise. No te des por vencida. Edward morirá sin ti. Te necesito. Estoy poniendo atención como te lo prometí. Sé que te duele, pero tienes que esforzarte por volver.


Alice esperó un momento, pero la negrura en el futuro de ellos dos no cambió. Así que se puso a suplicar, una y otra vez, sin respuesta. Al final, Elise sólo dijo algo sin sentido alguno, que al oírlo, provocó en ella otro angustiado sollozo de frustración.


Suspirando compungida y pasándose las manos por el rostro en verdadera angustia, miró a su alrededor al percibir los pasos que se dirigían hacia el cuarto, mucho antes del golpe en la puerta. Recomponiéndose se puso de pie y atendió, llamando a todos al interior e indicándoles que estaban listas.


Mirar a Edward le era muy difícil. Él sólo había asentido, grave, cuando sus ojos se habían cruzado interrogantes y ella consternada, no le había podido dar ninguna nueva esperanza. 


Alice se retorció las menudas manos de ansiedad, a casusa de la firmeza que encontró en su hermano. Ella no tenía derecho de objetar su decreto, pero tampoco iba a aceptarlo mansamente.


Sólo que hasta ahora, no tenía nada con qué impedirlo. De ahí su callado llanto.

Así fue como varias horas después de haber sido Elise internada en el hospital, y al anochecer del mismo día, con ambas familias como testigos y plenos de contrariados sentimientos; se realizó el evento a manos del sacerdote que extendía sus caridades para con los moribundos en el lugar y quien generosamente, tomando en cuenta las circunstancias, simplemente había hecho a un lado todos los requisitos para los esponsales. 


La boda fue breve y emotiva. Salpicada de lamentos ocasionales de los presentes cuando parecía que Elise reaccionaba, falsamente. Veinticinco minutos después, Edward y Elise eran declarados marido y mujer y él le besaba implorante de esperanza, cuando notó los ecos de la ceremonia en la distorsionada imaginación de ella.


Sólo los Cullen alcanzaron a comprender la verdadera intensión y el significado de las palabras de Edward, cuando él le dijo con ternura a la ahora su mujer, que todo era cierto. Que aquello era real y que se quedara con él. 


Y del mismo modo, sucumbieron a la tristeza, cuando luego de una tensa pausa, Edward ocultó su mirada bajo una mano. Dejando salir un lamento que convulsionó su cuerpo mientras decía, -No te vayas Elise… No me dejes solo…-.

Esme apretó fuertemente la mano de Carlisle, acongojada por su hijo. Mientras que Alice se abrazaba de Jasper, escondiendo el rostro contra su pecho, lamentando mucho el secreto que cargaba. Los tres Renaud se hicieron uno porque de lo contrario habrían caído al suelo ahí mismo, seguros de que se habían equivocado al acceder a esa unión. ¿Cómo iba a poder Edward vivir con eso?


Un par de horas después y luego de mucho llanto, las familias se despidieron. Los Renaud estaban agotados, física y mentalmente para ese momento, plenamente conscientes que esa podría ser la última vez que se despidieran de Elise. Y tratando de hacer las paces con ello, cedieron el derecho de vela al recién casado. Sin querer pensar en lo macabro de aquella primera noche de su luna de miel, y lo que podría traer durante el transcurso de la misma.


Carlisle prometió mantenerse cerca para ayudar con cualquier eventualidad. Pero eso, sabían todos, simplemente significaría el fallecimiento de Elise. No más. Alice dio un último y apretado abrazo a su hermano antes de irse también.

Una vez que el hospital quedó sumido en la calma nocturna, Edward solicitó de nuevo la presencia de su padre. Cuando ambos hombres estuvieron frente a frente en la habitación de Elise y junto a la cama de ésta, Edward le expresó su irrebatible petición. La de que Carlisle le diera muerte a él, una vez que Elise se extinguiera.


Carlisle quedó en shock al escucharlo. No podía acceder a ello. No podía destruir a su amado hijo.


-¡Edward! ¡Lo prometiste! Dijiste que estarías bien. ¿Te has vuelto loco de nuevo?


-No, Carlisle. Te estoy pidiendo esto a ti, como mi creador, apelando a tu gran compasión. Ésta era la verdadera razón de haberte explicado previamente cual era mi sentir respecto a Elise y mí mismo. Porque quiero que me otorgues el descanso también. He andado mucho por el mundo y he experimentado lo que ningún otro vampiro jamás. Sé mejor que nadie lo que es la vida  y la muerte; y ya no tengo miedo de morir verdaderamente. 


Carlisle le miraba horrorizado. La lógica en su pensamiento era muy clara.


-Créeme, estoy consciente de que no iré donde Elise, ni Bella, porque mi haber ha sido en demasiadas ocasiones, abominable. Y según las reglas y si es cierto lo que tú afirmas respecto a nosotros, debo pagar por mis deudas. Eso, es simplemente, justo. Y si estás equivocado, pues… -una sonrisa torcida se le colgó de la comisura- “…Polvo somos y en polvo nos convertiremos…”.


-Edward, ¡no puedo hacer lo que me pides!


-Carlisle, comprende. –Contestó él, serenamente.- Si no lo haces tú, buscaré el modo de conseguirlo. Pero mi fin ha llegado también. En mi larga vida he tenido la suerte de hallar el amor dos veces. Y esa imposible maravilla en nuestra especie, me ha liberado de la sentencia de la vida eterna. Por eso anhelo la paz.  


Volteándose hacia la cama, tomó con delicadeza la suave y frágil mano entre la suya y miró con ternura a su mujer. Acariciándola con ensoñación.


-Elise me dio el ejemplo de lo que es ser valiente y desapegado, del como amar la vida y el saber morir con dignidad. Ahora comprendo que mi tiempo llegó junto con ese aprendizaje también. Por favor, padre, lamento mucho someterte a esto, pero en verdad me gustaría que fueses tu quien me ayudara.


-Edward… -La voz salió temblorosa de su garganta por primera vez en mucho tiempo. Conocía muy bien a su hijo y comenzaba a darse cuenta de que aquella petición, no estaba originada por la locura. Sino por la absoluta comprensión de sí.-


-Carlisle... Por fin soy un hombre pleno y deseo morir con esa plenitud, al lado de mi amada. Descansar de mí andar junto a ella, bajo tierra. Por siempre.


-Hijo… 


Carlisle respondió ahogado. Comprendía bien lo que él le estaba diciendo y también sabía que cumpliría su promesa de perseguir su resolución de un modo u otro. Por ello, temeroso del dolor que algo o alguien más pudiese infringirle a su amado hijo durante el proceso, aceptó quedamente.


-Está bien, lo haré, Edward. Te lo prometo que cumpliré con tu voluntad.


-Gracias Padre.


Edward, suspiró con alivio. Estaba nervioso, pero seguro de lo que sentía. Y la imagen de reposar junto a ella hasta que el tiempo se olvidara de ambos, le devolvió el sosiego a su pecho. 


Repentinamente, el violento sonido del monitor cardiaco de Elise sobresaltó la calma de la noche, indicando una severa aceleración en sus latidos. Y casi al mismo tiempo se le aunó en ruido el timbre en el teléfono personal de Carlisle.


Edward se concentró en seguir la caída en Elise, mientras que Carlisle tomaba el móvil rápidamente y se aprestaba a auxiliar a la enferma. Al parecer la muerte estaba llegando justo en esos instantes, cuando Edward la había invitado a acercarse para llevarlos juntos.


Él no quiso prestar atención al interlocutor de Carlisle, confirmando se trataba de Alice como había intuido, que seguro llamaba intentando coaccionarlos y hacerlos cambiar de parecer. Pero no pudo evitar escuchar lo que aquella casi gritaba velozmente al otro lado del audífono. 


-Carlisle, rápido. Tienes que preparar todo. ¡Elise está ahí, ahora! Lo que no pudimos hacer antes, lo logró Edward con su estúpida idea de suicidarse. Ese impensable suceso, fue la única cosa que angustió tan fuertemente a Elise, que está implorando desesperada no lo permitas. Y dile al cabeza dura de mi hermano, del cual estoy segura se encuentra ahí contigo, que si no me cree, la perciba él mismo. Que busque sus pensamientos. Carlisle, ¡ahora! Denle la ponzoña antes de que se pierda de nuevo. Estoy viendo una oportunidad si es que actuamos en este instante. 


Al momento, un conmocionado Edward se concentró en adentrarse en la mente de Elise. Debajo de una pesada nube de agotamiento, la escuchó. -¡Elise! ¡Sostente! ¡No lo haré, si tú luchas también por mí! – En medio de puro gozo sintió las sobrecogidas palabras de ella, que le rogaban no terminara con su vida.


-¡Elise! Alice está diciendo que aún podemos lograrlo. Dame tu permiso para salvarte, para convertirte si es que me has perdonado.


En medio de un gozo puro, Edward la besó cuando obtuvo su frágil respuesta, pronunciada tan baja, que sólo los de su tipo podrían haberla escuchado si es que hubiesen estado prestando la misma atención que ellos en ése instante.


-Te amo Elise. Te amo. No dejes que la muerte nos gane, vamos a vencerla juntos. 


El fallecimiento de Elise, comenzó al acto. Al menos en apariencia.


Rápidamente Edward mordió su muñeca, pleno de sangre fresca aún, para compartirla con su mujer.


-Elise, esto nos ganará un poco de tiempo, pero tienes que luchar por no extraviarte de nuevo. No funcionará si no eres tú la que está ahí cuando todo inicie. Te perdería de todas maneras.


Elise no respondió verbalmente esta vez, pero con la ponzoña deslizándose lentamente hacia el interior de su organismo, todo su cuerpo se sacudió; dándole también un  fuerte empujón a su mente, que le permitió aislarse de la pesada oscuridad que rodeaba su pensamiento y concentrarse en una única idea. La de vivir amada por Edward, por siempre.


Todo eso sucedía con Alice al teléfono zumbando de alegría al ver el cambio en el oscuro futuro de su hermano y Elise, mientras le decía a Carlisle que estaba lista para representar su rol en la mascarada que ya había iniciado. Y que estaría ahí prontamente junto con los demás, para poner a funcionar el plan que habían diseñado originalmente.


Carlisle sacó la morfina que nunca había sacado de su maletín. Aplicándosela para fingir una quietud similar al fallecimiento, aprovechando la huella gráfica de la alteración física en sus órganos, por culpa de la sangre de Edward en su torrente. 


Con el maquillaje retirado de Elise, su verdadera y muy deteriorada apariencia resurgió. La cuál no dejaba duda alguna de su deceso a quien la mirase. Los monitores se sabotearon a continuación para fingir el paro cardiaco. Y con la presencia de enfermeras de guardia, el dictamen de su muerte se dio a las tres veintiuno de la madrugada. 


Edward, en su poder de esposo de la difunta, firmó los papeles para la liberación legal del cuerpo. El cuál fue sustraído de la morgue menos de horas después, por un cauteloso Emmet. Por su parte, Jasper cambió las fotografías del expediente médico para que concordaran con el rostro de Alice. Esta remplazó a Elise sin dificultad en la última examinación, manteniéndose fácilmente quieta y sin respirar, sabiente que el médico forense desconocería la verdadera apariencia de Elise.


En cuanto todos los asuntos civiles fueron concluidos, Carlisle se comunicó con los Renaud, para avisarles del evento acaecido durante la noche. Aconsejándoles ya no mortificarse de nuevo en ver a su hija, para que intentaran ellos recordarla con una mejor apariencia de la que había tenido en su final. 


Logrando su objetivo, les sugirió también darle a ésta un velorio con ataúd cerrado. A lo cual, los exhaustos padres accedieron plenamente, comprendiendo las razones del galeno. Sabían que Elise estaría de acuerdo en no mortificar a nadie más.


Mientras que Alice ejecutaba magistralmente su rol de cadáver, Elise era transportada con todos los cuidados a la casa que los Cullen habían rentado en la localidad por Edward mismo. Quien aparentemente se había retirado para asearse y vestirse de acuerdo a la ocasión, durante la breve velación que se realizaría en casa de ella. No más de doce horas, dado el deterioro físico al que había llegado Elise al morir.


Pero, en realidad, un extraordinario acontecimiento se sucedía en ése lugar.


Anclado al aura de pensamiento donde Elise luchaba por refugiarse, Edward le declaraba su amor eterno. Y con un último beso a su forma mortal, procedió a morder y luego beber la sangre del delicado cuello de su esposa, mientras la inundaba de su veneno por todas partes.


Casi al instante, la prueba de la invasión se presentó en forma de una violenta convulsión, borrando de golpe la forzada quietud de la morfina. A partir de ese momento, se renovó la angustia en Edward. Todo lo que se leía en la mente de Elise eran gritos de dolor y no sabrían si ella había sobrevivido a la transformación, hasta que ésta terminase.


Eso, ni Alice podía asegurarlo.


Era imposible controlar la tensión que la causaba saberla prácticamente sola y sufriendo en casa. Custodiada sólo por Emmet y Jasper, mientras que él asistía reticente junto a los suyos, al falso velorio de Elise. Esa incomodidad pareció desconsuelo ante los ojos de los asistentes, que uno tras otro, al enterarse de su trágico estatus de viudo, le daban sus condolencias con mucha pena.


El entierro de un ataúd vacío fue muy inquietante, a pesar de saber que todo aquello era sólo una farsa. Absolutamente perturbado por la certeza de lo cercano que aquello estuvo de hacerse realidad, de no ser por la necedad de su adorada Alice. Quien se había mantenido observante a cualquier posibilidad de felicidad para ellos. Ahora, estaba en eterna deuda con su hermana.


Cuando todo terminó, ambas familias partieron en distintas direcciones. Retirándose inmediatamente los Cullen hasta su verdadera casa en Forks, la cual estaba convenientemente alejada del contacto indeseado con los humanos y sería perfecta para un sediento neonato. 


Edward ya no se despegó de Elise, para estar ahí cuando ella despertase.






CAPÍTULO 21

TIEMPO DE PARTIR

Parte II

-FINAL-



Veinticuatro horas después, al amanecer del tercer día, el enloquecedor dolor que había estado experimentando en su mejorado cuerpo, comenzó a mitigar; para detenerse abruptamente al igual que las convulsiones del mismo, al ser consumida la última gota de sangre.


El súbito silencio de las lacerantes sensaciones, aturdió aún más a su paralizada mente al encontrarse de improviso aislada del fuego. Y aunque aquello parecía una ilusión, notó que su entorno se aclaraba en una brillante luz que no hería; sino que más bien atraía hacia afuera, hacia el mundo exterior.


Sus nuevos ojos entonces, se abrieron de golpe,  quedando embelesados por los exuberantes y nunca antes vistos, detalles de su entorno. 


El cuarto de blancas paredes y bastos libreros donde se encontraba parecía brillar con iridiscencia, gracias a la nítida luz que entraba por el ventanal de la habitación. El cual, dejaba ver un hermoso paisaje montañoso de extraordinarios tonos  verdes cubierto de magníficos rayos de sol, que al tocar todas las superficies lo envolvían en desconocidos colores.


Lentamente y aún temerosa de que el infierno volviese a reclamarla, se enderezó del  cómodo sillón en que estaba, para poder observar con mayor atención a su alrededor. 


Intempestivamente, una verdad se manifestó en su pensamiento. Había estado muy enferma, agonizando de hecho. Esa certeza, aunada a las maravillas que estaba descubriendo, la llevó a cuestionarse si estaba muerta y si todo aquello era el inicio de lo que había después.  


Antes de poder seguir cavilando, uno de sus sentidos llamó su atención con fuerza. El del olfato. En el cuarto había un aroma fascinante, que al inspirarlo a profundidad, reconoció muy similar al que emanaba de su propio cuerpo. 


Al acto, giró su cabeza buscando el origen del mismo, dándose cuenta con ello que no estaba sola. Y que este provenía del hermoso hombre que le miraba en silencio, sonriendo sutilmente. Cauteloso en apariencia. 


¿Quién o qué era él? Se preguntó. ¿Por qué no le hablaba? ¿Era un ángel acaso? 


Al recorrerlo descaradamente con la vista, quedó deslumbrada, apreciando la belleza masculina casi mitológica de él. Olvidado por completo la existencia de cualquier otra cosa en su contemplación. 


Estando así, mirándolo seducida, un repentino escalofrío corrió poderoso a lo largo de su columna, plantándole un violento latigazo de electricidad al llegar hasta su nuca. Comprendiendo al instante, que le conocía bien, pero nada más. 


Con enervante frustración, se halló luchando inútilmente, por recordar quién era él. Su cabeza aún estaba muy aturdida y sólo notó negrura en ella.


Angustiada, volvió a verle, intentando absorber todo de él. Soltando un bufido desesperada, al no poder penetrar la nada en su mente. Junto con esa expresión, notó en los ojos transparentes de él la misma ansiedad que ella experimentaba. Y eso la asustó aún más que si él en realidad le hubiese hecho un reclamo al respecto.


-No.- Siseó Elise en respuesta, meneando la cabeza y mojándose los labios contrariada. Dándole a entender lo perdida que se sentía. En respuesta, él se movió por fin lentamente, llevando las palmas abiertas al frente, como rogándole no se rindiera. 


Ella cerró  los ojos un instante, irritada al entenderle. Le molestaba el sentirse tan desorientada, pero le obedeció. Fijando su vista en él, se obligó a pelear de nuevo contra la densa y oscura barrera que limitaba sus pensamientos. Y de pronto, notó como esa resistencia se mermaba, dejando filtrar titilantes imágenes de lo que juzgó, debería ser su propia memoria. 


La primera escena que se solidificó, fue una en la que él le sonreía con ternura, mientras ambos se balanceaban brevemente sobre columpios en un parque a media noche. 


Después, lo vio caminando con garbo a su lado, riendo juntos por calles ajenas de brillantes farolas. 


Se mordió el labio, sosteniendo la respiración, cuando se contempló a sí misma colgada de su cuello. Besándolo con una confusa sensación de pérdida y añoranza que melló su cuerpo, al percibirla con fuerza.


Pero si eso la contrarió, todo ella se tensó de golpe, al hallarse inmersa en una candente y apasionada escena. Donde le vio a él, desnudo y magnífico sobre ella, mirándola con ojos oscuros y apasionados y teniendo sexo soberbio. Retorciéndosele las entrañas, al escucharse gritar a sí misma de excitación en un eco inexistente, cuando llegó a un abrumador orgasmo.


Sacudida por las resonancias de su mente y las sensaciones inflamadas en su cuerpo, Elise se volvió a mirarle, azorada. Rompiendo violentamente, el lazo con aquellos recuerdos abrumadores que le habían calentado las profundidades de golpe.


Desconcertada, notó la sonrisa esperanzada de él, con un brillo nervioso y elocuente en sus ojos, como si supiera lo que ella estaba pensando. Aquella idea la asustó, abochornada ante semejante posibilidad. Pero como él siguió mudo en lo que ahora apreció como un respetuoso silencio, a la espera de ella, recuperó el aliento. Animándose a adentrarse en esa sorprendente historia en su cabeza, otra vez. 


Luego de asentir, respiró profundo y cerró  los ojos, más preparada. Conectándose con aquel flujo de imágenes que volvieron con más facilidad ahora, menos perturbadoras. Notando lo feliz que se observaba a sí misma a su lado. 


Cuantas más de estas fueron acumulándose con la misma conclusión, empezó a sonreír. Dándose cuenta de que una cálida oleada de júbilo se extendía por su pecho cuando esos retratos se volvían palabras y sentimientos concordantes. 


Y de repente, lo supo. ¡Dios!, “Edward”. Gritó con alegría en silencio. ¡Su nombre, era Edward! Y ella lo amaba.


La euforia le ensanchó las comisuras, llenándose de convicción de que ése, era el lugar donde ella quería estar. Al lado de él, por siempre.


La mano se le fue a la boca, como si pretendiera contener el gemido de incredulidad que se le escapó entre los dedos.  ¡¿Sería posible?! 


Comprobó como la aún ansiosa sonrisa de Edward se agrandaba, cuando aceptó lo que ya antes sabía, que él podía oír lo que estaba pensando. Y él movió la cabeza afirmativamente, en insegura respuesta. Alegrándose Elise, esta vez de ello.


Emocionada y a una velocidad sobrehumana, se lanzó a sus brazos intempestivamente, casi tirando a ambos al piso en su espontaneo movimiento.


-¡Edward! ¡¿Edward?! ¡Estoy viva! –Afirmó ella con ferviente emoción.- ¿Lo logramos? -Preguntó, aún temiendo que aquello pudiese ser sólo una fantasía.


Él asintió, recuperando el equilibrio, sus músculos aún en tensión. Remarcándose debía recelar hasta el último momento, por encima de sus deseos. Elise se advertía mejor, pero aún no había terminado todo.


La familia se habían preparado para su despertar, concluyendo era lo mejor dejar que el primer contacto de Elise fuese Edward. Esperando al resguardo en caso de que todo hubiese salido mal. 

Éste, había experimentado terror puro cuando al monitorearla en su consciencia, la notó hueca al volver en sí. Temiendo la expectativa de verla enloquecer frente a sus ojos convertida en un peligroso y sediento neonato, al cual deberían destruir al acto. Antes de que pudiese dañar a alguien.


Pero ahora, gracias a esa magnífica capacidad suya, escuchando como Elise se maravillaba de saberse rescatada de la muerte,  dichosa y con ganas de besarlo, y reír y abrazarlo y sobre todo agradecerle el no haberse dado por vencido; la inquietud comenzó a disolverse. 


Aquella hermosa Elfa de fuego que se pegaba a su pecho, tenía que ser su Elise. 


-Sí, Elise. Lo logramos. -Le contestó por fin. Sumamente conmovido por las mudas palabras de amor que ella le profería.-


Ella vibró, al oír en su nueva forma la aterciopelada voz de Edward. Plena de  sorprendentes tonos que jamás había percibido antes, dejándola boquiabierta y extasiada.


-Te amo. -Le dijo ella, temblorosa. Sintiendo deseos de llorar de felicidad.-


Edward cerró  los ojos, en un gesto culposo. Exhalando un quejido con una mueca irritada, que la desconcertó.


-No debiste decir eso Elise.


Ella respingó al acto. Sacudiéndose de su abrazo, incrédula.


-¡¿Qué?!- Siseó ella, ligeramente encorvada sobre sí. Protegiéndose instintivamente.


-¡No! Espera. –Sonrió él apenado.- ¡Tranquila! Es sólo que debí ser yo el primero en decirlo. 


La mirada feroz de ella se amansó, aún conmocionada.


-¿Entonces…?


Edward le tomó el rostro con delicadeza, acostumbrado a la otrora fragilidad de ella,  buscando sus ojos para jurarle de frente lo que necesitaba decirle desde hacía mucho.


-Te amo Elise Renaud. Te amo.


Aquellas ansiadas palabras fueron paladeadas con deleite en su boca. En un efluvio que bajó hasta su pecho, desterrando a su paso, arraigados temores que la habían acompañado hasta la muerte.


La risa honesta y contagiosa de ella que tanto amaba Edward, explotó entonces con regocijo, en el aire de la prudentemente silenciosa casa.


-Dilo otra vez. –Le pidió ella, efervescente. - ¡Quiero oírlo de nuevo! 


Edward sonrió fascinado. La amaba muchísimo y deseaba con todo su ser que Elise pudiera superar lo que estaba por venir.


-Te amo Elise. Por siempre.


El corazón que había se había vuelto de piedra recientemente, se estremeció como si aún estuviese vivo. Pulsando con fuerza, ayudándola a sumar todos y cada uno de los faltantes recuerdos de su vida humana con Edward. Fluyendo ligeros, como las páginas de un libro cayendo una sobre otra resueltamente, hasta llegar a la última. Sellando con ello, la transformación de Elise. 


Edward rió, impregnado de dicha absoluta. ¡Al diablo con todo!, dijo. Rebelándose contra las precauciones y miedos. E impetuoso, la besó por fin de igual a igual. Gozando de no tener que limitarse nunca más,  paladeando sin recato la pasión que ella le devolvió gozosa. 


Los callados vítores de Alice y la risa maliciosa de Emmet fueron lo único que consiguió que Edward luchara por menguar la emoción de ambos. Separándose de ella con ansia entre sus piernas y recordando cuánto quería hacer algo también. Así que inesperadamente, con mal contenida emoción, se soltó del abrazo. Plantando una rodilla sobre el piso frente a Elise, tomó delicadamente su mano, mirándola desde ahí fervoroso y suplicante.


-Elise. Aún necesito pedirte tu perdón, por haberte hecho pasar por todo lo que sufriste. Por haber sido tan necio y ciego a lo que sentía por ti. Porque no merezco la fortuna de que me salvaras de mi fallido andar y porque aún así, deseo pasar la eternidad contigo. Para amarte y honrarte por el resto de nuestras existencias.


Elise, se maravilló de las acciones de Edward. Y si hubiese podido sonrojarse de placer, lo hubiera hecho. Edward la miraba con adoración, ansiando su permiso para venerarla y compensarla por el tiempo perdido y por todos los absurdos en que había incurrido. Tal como en uno de los muchos sueños que tuvo, hasta en su misma agonía.


Fascinada, le tendió la otra mano, instándolo a ponerse de pie, pero él se negó. No lo haría hasta que le dijese lo que necesitaba oír, ya que, a fin de cuentas, él era así. Elise sonrió con delicia y le acarició el broncíneo cabello con gran ternura.


-Edward. Tienes mi perdón desde antes de morir. Yo también lamento lo que sucedió y cuanto tardé en superar mis miedos.


-No, Elise. Tú no debes disculparte. Antes, fuiste admirable en tu dignidad y fuerza. Y no mereciste jamás el horror de mi desesperación. No tienes idea cuanto deseo poder resarcirte esa traición.


Elise asintió, comprensiva. Ella al igual que él, ya sólo quería dejar ese único mal recuerdo atrás. Pero cuando intentó responderle eso, una extraña sensación comenzó a adueñarse de su garganta.


-Edward, ponte, de, pie, por… favor… -Su voz se entrecortó, ahogada por un poderoso y creciente dolor. 


Sus ojos se abrieron desmesuradamente, mientras su mano subía hasta su cuello. Angustiada por el miedo de que el fuego regresara y que todo eso fuese sólo una macabra alucinación.


-¡E-dward! ¡¿Qu-é…?! –Un quejido salió de su boca.-


-No tengas miedo Elise. Es la sed.  –Le contestó él lacónico.-


Ella le miró aterrada, comprendiendo al fin en carne propia, la necesidad por la sangre.


-Sé que duele, demandando la obedezcas ciegamente. Pero desde ahora debes luchar contra ella. Yo te ayudaré, sólo que, ésa, es tu elección final.


El cuerpo entero comenzaba a aturdirse bajo la atenazante exigencia, pero entendió muy bien lo que él le estaba diciendo.


-¿El… mon-s-truo…?


Edward movió la cabeza en afirmación. 


-Puedes decidir escucharlo o dominarlo. Aunque en éste momento te parezca imposible.


Ella tragó ponzoña ruidosamente. La única imagen de Edward desplegando totalmente al vampiro, en sus recuerdos, regresó con fuerza a su cabeza y la rechazó. -No. No iba a convertirse en eso, pensó-. Abrumada por lacerante sensación en su boca, luchó por aferrarse a sí misma y recuperar el habla sin dejar de mirar a Edward. 


-Te… Escojo, a, ti. Guíame, por esto.


Edward sintió alivio. No la dejaría caer. Llamando en voz alta a los demás, la llevó afuera, sabiente de que el descubrir el mundo con sus nuevos ojos, la distraería lo suficiente como para soportar la primera cacería. 


No hubo mucho tiempo para saludos a pesar de la evidente euforia en la sonrisa de Alice. Los otros hombres de la familia se adelantaron para revisar el perímetro y asegurarse que ningún humano se encontrara cerca y evitar con ello, un peligroso e innecesario riesgo.


El regreso a la Casa Cullen, luego de haber satisfecho el reclamo de su naturaleza, fue mucho más tranquilo. Elise parecía muy decidida a aceptar la limitación de su nueva dieta, pero se le notaba comprensiblemente incomoda y definitivamente, luchando contra su lado salvaje. Así que, luego de un consenso, decidieron que sería mejor retirarse a Alaska. Al menos durante el primer año de ella, cuando se hallaría más inestable. 


Se mudarían en dos semanas. Todos, excepto Rosalie y Emmet. Ella deseaba mantenerse cerca de los Renaud. 


Orgullosa como era Rose, se había guardado para sí el cambio que había experimentado durante el desahucio de Elise. Enternecida y suavizada en su rabia, abrazando con dicha la oportunidad de cerrar el círculo en su violento pasado.


Elise estuvo de acuerdo sin objeción alguna. A ella le estaba negado volver a verlos. Y advertir, cuán decidida estaba Rose a cuidar de su familia, fue motivo para agradecerle eternamente.


Unos días antes de partir al norte, Edward acompañó a Rose para despedirse de los Renaud. Sentando también con ello, las bases para su eventual desaparición.


Sylvia y Karl los recibieron con gusto, pero en la silenciosa casa se podía sentir la tristeza dejada por la muerte de Elise. Al leer los desolados pensamientos, Edward se sintió muy afortunado de contar con su hermana para procurarlos. Sabía que la felicidad de su mujer estaba ligada al bienestar de ellos, y darle esa tranquilidad era un regalo que él deseaba fervorosamente, hacerle.


-…Sylvia, Karl. Yo, no sólo he vuelto para saludarles, sino para despedirme…


Les dijo Edward casi cuando concluía la visita. Ambos padres le miraron conmovidos. Sabían que el trance era muy difícil para él también y aquella noticia, era hasta cierto punto comprensible.


-¿Qué vas a hacer ahora Edward? ¿Cuáles son tus planes? – Le inquirió Karl.-


-Yo, bueno. Mi abogado me contactó para plantearme algunas cosas y luego de meditarlo, tomé una decisión. Voy a volver a Europa. El negocio que construimos con Elise necesita de mi atención y he optado por mantenerlo.


-Haces bien hijo. Elise no habría querido detuvieras tu vida por su causa.


-No es eso lo que me motiva en realidad Karl. Sino que, de hecho, quiero cuidarlo para darles la mitad de las ganancias a ustedes.


-¡¿Cómo dices?! No. No hagas eso Edward.- Rebatió Sylvia, incrédula.- No es necesario.


-Sylvia. Es que está hecho. Esa es la indicación que ya le di a Jenkins, mi abogado. 


-Edward. Tú necesitas ese dinero más que nosotros. Eres joven aún, te falta mucho por vivir y no tienes idea de qué pueda pasar en el futuro.


-Karl, no sé si Elise se los dijo alguna vez. Pero yo tengo bastantes recursos ya, gracias a la herencia de mi madre. Y esto, no me afectará en lo más mínimo. Además, se lo prometí a ella antes de volver a América. No voy a faltar a mi palabra. Entiéndalo por favor.


La discusión no se prolongó mucho más al plantear Edward como aquella idea supuestamente había sido de su hija y se sintió satisfecho cuando ellos accedieron finalmente, aún muy desconcertados. Esa acción la había pensado él mucho antes de que todo se hubiera complicado con Elise. Darle a su familia esa estabilidad financiera era poco en comparación de lo que ellos le habían regalado sin saberlo. 


Ahora, una vez puesto en marcha el plan, podría contárselo a ella y verla sonreír, ante la obvia pena que le causaba el tener que renunciar a su familia.


-…Y yo estaré cerca con Emmet, para lo que sea que necesiten Sylvia. Aunque al parecer mi familia se está mudando hacia todos lados al mismo tiempo. –Añadió Rosalie, que ya había explicado se instalaría a las afueras de la cercana Seattle, próximamente.-


Poco después, se despedían entre apretados abrazos humanos. Dejando a los Renaud confundidos ante tanta novedad y con una íntima sensación de esperanza. La cual iría revelándose con mayor fuerza al paso de los meses, con Rose y Emmet constantemente presentes en sus vidas, para ayudarles a aceptar y aprender a sobrellevar la pérdida de su hija.


Mientras tanto, ya en Alaska, una Elise se aplicaba día a día en someter al vampiro que era ahora. No le fue fácil, porque simplemente, eso, no lo era. Además, su temperamento emotivo y espontaneo le creaba retrocesos en ocasiones, pero jamás falló en controlarse. Aferrándose para ello, al recuerdo del horror que sintió cuando ella misma había estado a punto de ser la víctima de la sed.


Conforme fue avanzando en su dominio, también fue evidente que junto con ella habían sobrevivido su fortaleza y bondad. Así como su pasión por la vida. Convirtiendo su idilio con Edward, en avasalladores encuentros íntimos que los aislaban del mundo, hasta que ella no podía resistir más su necesidad por la sangre.


Meses pasaron en ese esfuerzo, tornando gradualmente el atemorizante color rojo de sus ojos, a uno de tintes violáceos. Muy cercano al azul claro que había tenido ella antes, debido a la abstención. Otro fruto de su tenacidad, fue la desaparición de la escolta preventiva del clan en sus cacerías. Reducida ésta, a las capacidades de Edward para satisfacción de Elise. Y gracias a ello, ahora podía disfrutar del sol que tanto amaba, en la vasta soledad de las montañas.


Más de un año después, aún y cuando la sed quedó completamente dominada, ninguno de los dos expresó deseo alguno por concluir el exilio. Aquella lejana ubicación era perfecta para sus ardientes pasiones que no menguaban y para reconocerse en la nueva dualidad en que existían. La cuál mostraba a un Edward liberado. Quien no encontraba determinante ser mucho más antiguo que ella, porque estaba consciente, que por primera vez desde su muerte humana, se hallaba entero. Y que su paso de más de doscientos cincuenta años por el mundo, poco tenía que ver con la vida completa de la que ahora gozaba, gracias a Elise.


Por su parte, ella, comenzaba apenas a entender que los límites en los que antes creía, habían sido falsos. Sintiendo mil veces más intensas las emociones que la habían hecho tan excepcional cuando había sido humana. Desbordándose en amor por Edward y la vida misma, que tanto había apreciado siempre.


Tres años transcurrieron sin sentirlo, para cuando la, invitación, llegó desde un remoto poblado en Italia. Al reconocer la obligación que ésa implicaba, Edward se vio forzado a plantearle a Elise el imprevisto retorno a Europa. 


Así que luego de una de una cacería, mientras descansaban sobre el pasto mirando el brillante cielo, le dio la noticia que cambiaría otra vez sus vidas.


-Elise… Hay algo que debo contarte.


Ella giró su cabeza en su dirección, al notar la leve irritación en la voz de él.


-¿Qué sucede?


-Es Aro.


-¿Aro?


El nombre vibró en su mente, con una remota sensación de inquietud, de la que no estaba segura de su origen.


-¿Lo recuerdas? Alguna vez te hablé de él cuando te revelé quién era yo.


Elise pestañó varias veces, haciendo una mueca con los labios al esforzarse en aclarar la ridícula imagen de una vieja película de horror en su cabeza.


-Aro… ¿El rey, de los vampiros? 



Edward torció una sonrisa. Aquél título seguía causándole gracia.


-Sí.


-¿Qué hay con él?- Preguntó ella, enderezándose con curiosidad sobre su codo.-


-Quiere conocerte.


-¡¿A mí?! ¿Por qué?


-No es exactamente una petición Elise. En realidad, debo llevarte con él ahora de que se ha enterado de tu transformación.


-¡Cómo! ¿Sabía de mí? ¿Desde antes?


-Pocas cosas se le escapan a Aro, Elise. Pero no hace alharaca de nada, a menos que considere la existencia de un peligro.


-Quieres decir, que, ¿piensa soy un riesgo?


-No. No es eso. Es simplemente que tienes que, reportarte, digamos, con él.


Elise rió entre dientes, aliviada.


-¿Es acaso algo así como pasar lista, Edward?


Él negó con la cabeza. Aro no era algo para tomar a la ligera, jamás.


-No Elise. Aro… Él es especial, como Alice o como yo. Él tiene la capacidad de percibir si alguien puede ser una amenaza para nosotros.


Elise respingó sorprendida. Dándose cuenta de que hasta ese momento, había prácticamente obviado el conocimiento sobre la especie a la que ahora pertenecía.


-¿Y, qué pasa si eso sucede?


-Aro no duda en destruirlo.


-¿Aún a uno de los suyos?


-Principalmente.


-¡¿Por qué?! ¿Estoy en peligro acaso?


-No, para nada. Tú has logrado dominar la sed. Y de hecho, Aro nos considera divertidos en nuestras preferencias.  Lo ve como una competencia menos contra la fuente de su alimento.


-Edward… ¿Cuántos somos? Es decir… ¿Hay muchos de nosotros por ahí?


-No hasta donde sé. Nuestros instintos nos previenen de incurrir en esa acción. En realidad creo que no pasamos de una centena en todo el mundo. Y casi todos viven en el viejo continente.


-¿En serio? Pensé que serían más.


-No. Un número cuantioso de nosotros diezmaría a la población humana en poco tiempo. Así que de hecho, está prohibido crear sin control a los de nuestro tipo. Nuestro clan es innegablemente el segundo más numeroso luego del de los Vulturis. 


-Ellos… ¿Son muchos?


-La trinidad gobernante, sus consortes, una guardia y unos cuantos aspirantes que rara vez terminan por cumplir sus sueños.


-Son, ¿de los vampiros malos?


Edward hizo un gesto especulativo al contestar.


-Son como se supone es la especie. Ellos no se ven a sí mismos como malos. Simplemente, como al eslabón por encima de la humanidad. Pero Aro se ha vuelto un poco paranoico últimamente, desde lo que considera el despertar intelectual de las personas. Sabe que si nos descubren, los hombres con sus avances tecnológicos, serían perfectamente capaces de exterminarnos. Así que desde hace unas décadas, cada nuevo vampiro debe ser presentado ante él y ser juzgado, para luego hacerle jurar seguir las leyes incorruptibles de los nuestros. El secreto y la discreción.


-Yo no pienso volverme loca, tú lo sabes. Y no quisiera tener que alejarme de, mi familia, de Rose…


-Sí, sabía que esto te causaría dolor Elise, pero él necesita verte por sí mismo. Así que, ahora que se ha comunicado con nosotros, tenemos unos cuantos meses para presentarnos allá. De lo contrario, él sería capaz de mandar a sus cazadores para castigar nuestra desobediencia. 


-¿Cómo? ¿En verdad haría eso? ¿No le bastaría tu palabra?


-No. Si nos negamos, estaríamos condenando a muerte a toda la familia, por protegerte.


-¡Dios, no!


-Lo siento Elise. Pero ahora es indispensable marcharnos y permanecer en el área, hasta que él se convenza de que lo que percibió en ti no va a cambiar súbitamente.


Elise se desplomó sobre el pasto, abrumada. Aquello era algo inesperado y difícil de conciliar, porque significaba desaparecer verdaderamente. Más no iba a permitir que dañaran a los Cullen por culpa de su egoísmo. Sopesando la situación, aceptó que el tiempo sí había transcurrido y que seguramente a Rose y Emmet, ya les estaría empezando resultar muy complicado seguir fingiendo una edad que no cuadraba con sus juveniles apariencias.


Molesta y luego de unos minutos en silencio, se volvió hacia Edward, que había ejercido todo su control para respetar sus pensamientos. Y con una sonrisa no muy resignada, se dirigió a él.


-Está bien, Edward. Hay que fijar la fecha para regresar a Europa. ¿Y sabes algo? -Hizo un mohín para espantar el malestar que aquello le ocasionaba, antes de continuar.- Una vez allá, cuando estemos libres de la presión de Aro, no voy a cansarme de enviarles regalos a todos. En especial a Alice y Rosalie. Les debo mucho… 


Él sonrió, orgulloso de su mujer. Entendiendo el rumbo de sus palabras, sin interrumpir su desahogo.


-Supongo que lo sabes, pero lo que está haciendo Rose me llena de agradecimiento. Es por ella y por lo que me envía, que puedo ver a mis padres sonreír. ¿Lo entiendes, no es así? 


Edward asintió comprensivo. Recordando también el secreto de su hermana, que había prometido no decir. Y no sólo porque Rose lo había amenazado con arrancarle la cabeza si lo hacía, sino por respeto. Él más que nadie sabía lo que las oportunidades de un cambio implicaban y lo que eso significaba para Rosalie.


-Elise, algún día sabrás lo que tú le regalaste a ella. Y entonces comprenderás que ya estas a mano desde hace mucho… Pero adelante, sé que Rose lo apreciará, igual que Alice.


Elise hizo un mohín más no replicó. Estaba acostumbrada a que él supiera cosas. Y meditando al respecto, se mordió ligeramente los labios. Necesitaba sacarse de la cabeza la perturbadora imagen de Aro y juzgó que sería bueno cambiar de tema. Así que se enfocó en  algo que había surgido recientemente en sus recuerdos. Una duda sobre sus difusos días humanos.


-Edward… Yo, quiero preguntarte algo. No tiene nada que ver con los Vulturis ni nada de eso, sino… Hum… -Suspiró con los labios cerrados. Aún le causaba molestia la imposición, pero no iba a dejar que eso le arruinara su felicidad.-


-Dime. ¿Qué sucede Elise?


-Es que... –De repente, el nervio se apoderó de sus labios con un cosquilleo travieso que sobrepasaba todo mal sabor que aún pudiera quedarle en la boca. Un brillo juguetón invadió sus ojos, dudando si era prudente mencionar aquello. E inquieta, torció su tímida sonrisa en una mueca divertida.-


Edward se reacomodó hasta sentarse completamente. Con sólo observarla supo que verdaderamente Elise estaba hablando de otra cosa. Y aunque sintió la tentación de espiar sus pensamientos, se abstuvo, como habían acordado desde hacía mucho.


Aguardando curioso, la vio cubrirse repentinamente el rostro con las manos, gimiendo. En un gesto delator menguado por la carcajada nerviosa de ella. 


-Bueno. Es que últimamente he estado pensando en algo y ahora, con todo esto de los Vulturis, creo que es un buen momento para planteártelo. Sé que en realidad no es necesario y que quizá resulte muy complicado pero… ¿Qué opinas de la idea de, bueno, de casarnos algún día? Sorprender a Aro con esa novedad… Tal vez, cuándo… No sé, ¿una década de éstas?


Edward quedó boquiabierto ante el planteamiento de ella. Tratando con todas sus ganas y fallando miserablemente, de tragarse la sonrisa que quería controlar en sus labios.


Elise le miró dudativa y traviesa. Con aquellas confusas imágenes de una íntima y bella ceremonia, efectuada en un verde paraje aislado en un risco de una montaña, bailando como el sueño que seguramente eran, en su cabeza. Una hermosa fantasía donde los últimos rayos del atardecer pintaban el cielo de tonos rosas y púrpuras,  antes de ceder al anochecer, dejándolo convertidos en marido y mujer. Cambiando esa ilusión en pesadilla, al oír la derrotada voz de Edward rogándole no lo abandonase ahí, solo.


-Elise.


La chica se mordió los labios, inquieta. No iba a hacer un escándalo si él rechazaba la propuesta, pero necesitaba sacarse del pecho esas ambiguas emociones de felicidad y tristeza, que ese extraño sueño o recuerdo, le ocasionaban.


-Espero me perdones por esto pero, no te lo había dicho antes, porque estaba esperando por el momento correcto para contártelo.


Elise arqueó las cejas, desconcertada. ¿Qué estaba pasando? ¿No se suponía que él tenía que responderle simplemente, con un sí o un no?


-¿Qué sucede ahora?


Edward se cohibió inesperadamente. Sintiéndose sumamente nervioso por lo que iba a confesar y la reacción de ella al respecto.


-Es que, Elise… Ya estamos casados.


Ella pestañó varias veces al oírlo.


-¡¿Cómo dices?!


-Yo… Me atreví a pedírselo a tus padres cuando estabas en el hospital. Comprende, en esas horas de angustia me pegué a tus pensamientos y en ellos vi, una maravillosa imagen en tu mente. Y con la esperanza de que reaccionaras… Bueno, es que antes no tuve el tino de pedírtelo a tiempo. ¡Y...! Ahora me has vuelto a ganar.


Elise dejó de sonreír al acto, para espanto de Edward. ¿Lo había arruinado todo para ella?


-Entonces… -Susurró Elise.- ¿Es verdad? ¿No es una de mis alucinaciones?


Ahora fue Edward el que se quedó sin respiración. No era posible que ella recordase, ¿o sí?


-Mi esposo…- Dijo ella, acariciando la palabra con incredulidad. Cerrando los ojos un instante. Aferrándose al obtuso recuerdo que seguramente no se parecía a lo que había sucedido en realidad y finalmente volviendo a sonreír.- ¡Mi esposo! –Pronunció de nuevo con más fuerza y orgullo.-


Edward recuperó el aliento al ver como ella comenzaba a irradiar felicidad. Estaba dispuesto a rogarle a Alice recreara toda aquella fantasía de su mujer, si Elise lo sugería si quiera. Más no contaba con el espontaneo salto de ella sobre él, dejándolo noqueado bajo su cuerpo, para besarlo con pasión.


No volvieron a casa en horas, ocupados en quemar con hielo el aire alrededor suyo mientras se amaban. Pero obviamente Alice los esperaba afuera de la misma, apretándose las manos, apenas contenidas y llena de regocijo. Ambos sonrieron con complicidad bajo su abrazo al verla ahí, dispuesta a ofrecer lo que fuese con tal de que no dejaran sólo en el aire, la posibilidad de llevar a cabo una digna boda feliz para ellos dos. 


Edward y Elise accedieron, pero sin decirle cuando se llevaría a cabo esa. ¡Al fin y al cabo, ella sería la primera en enterarse cuando ellos se decidieran!


Dos meses después, retomaron la magnífica travesía que había iniciado juntos años atrás, cuando Elise era aún humana. Decididos a no permitir que Aro les arruinara su felicidad con sus manías.


Por su parte, Rose, en verdad  había utilizado el tiempo cerca de los Renaud, para ayudarlos a aceptar la partida de su hija. Haciéndoles confiar en que el amor no conocía la muerte y que estaba bien seguir adelante. 


Gracias al esfuerzo de ella, poco a poco la vida se había normalizado en el hogar de Elise y hasta había logrado que Franco no renunciara a la universidad, para cuidar de sus decaídos padres.


Había sido obra de la generosidad de Edward y Carlisle, que una inesperada beca le fue otorgada a Franco para integrarse el semestre de primavera, en su opción favorita. Adjudicándola como resultado del apoyo de una fundación, luego de los desafortunados eventos familiares.


Y debido a la fiera promesa que la impresionante Rosalie le hizo, él finalmente aceptó. Convencido de que ella y Emmet estarían ahí para sus padres, como si la misma Elise no se hubiese ido nunca.


Así que resultó muy inesperada y penosa para todos ello,  la despedida de Rosalie y Emmet, de la vida de los Renaud. La cual, vino de la mano de una supuesta desgracia años después, para cuando Franco  estaba por terminar sus estudios.


Para ese entonces, lo que creían saber Sylvia y Karl respecto a su efímera familia política, era que Alice y Jasper vivían en Nueva York. Con ésta intentando hacerse camino en la industria de la moda y él, trabajando en un pequeño bufete legal con muchos casos pro-bono que, aunque no dejaban mucho dinero, sí lo hacían en satisfacciones.


De Carlisle y Esme tenían entendido residían parcialmente en un pequeño poblado de Alaska y parcialmente, en otro cercano a Port Angels. Trabajando él, como un médico excepcional, interesado más en ayudar, que en hacer renombre y con una maravillosa esposa que lo apoyaba en todas sus campañas humanitarias.


Y finalmente, que Edward seguía en Europa, de donde algunas pocas veces se comunicaba para saludarles. Trabajando arduamente en su negocio y siempre aportando una buena cifra monetaria, a la cuenta que le había abierto a disposición de los Renaud.


En base a esa supuesta información, se creó la historia para que Rose y Emmet, tuvieran que retirarse definitivamente, de la convivencia física, con la familia de Elise.


Aquella noche de primavera, cuatro años después de la muerte de  Elise, Rosalie les comunicó con gran tristeza a los Renaud, una tragedia más. Edward había fallecido en un accidente automovilístico cerca de la ciudad de Estambul. Y que sus padres estaban viajando en ese momento hacia allá, para recoger el cuerpo y finiquitar sus asuntos legales.


Al mes de eso, Carlisle y Esme llegaron a visitar a los Renaud, acompañados por Rose y Emmet. Recibiendo un empático y muy sentido pésame al instante. En su estadía, Carlisle les contó brevemente que mientras desmantelaban el departamento de Edward, habían encontrado una carta de Elise para ellos. Traspapelada entre viejos papeles de su hijo.


Sylvia y Karl se cimbraron al escuchar eso y temblaron de emoción cuando éste se las entregó. Ellos no esperaron a que la visita terminara para abrirla y lloraron de emoción al leer lo que su hija había escrito.


En ese largo y conmovedor mensaje, Elise les confesaba sus encontrados sentimientos, mientras se encontraba luchando contra el cáncer y siendo muy feliz al lado de Edward. Refiriéndoles lo conmocionada que se sentía de saber que él estaba dispuesto a permanecer a su lado, todo el tiempo que les restara. Y cuanto se entristecida de saber que tarde o temprano iba a dejarlo solo, para siempre.


Les decía también, cuanto les amaba a ellos y lo agradecida que estaba por todo lo que habían hecho por ella a lo largo de su accidentada vida. Pidiéndoles perdón por haberlos dejado fuera en el final de la misma, solo porque no quería verlos sufrir nuevamente, a causa de de una batalla perdida. Ella había escogido la vida y no la muerte. Y les rogaba hicieran lo mismo, una vez que ella falleciera.


Deseaba saberlos felices, porque de otro modo ella estaría muy triste, a donde quiera que fuese una vez que se hubiese ido. Explicando que no quería llanto en su hogar, porque ellos le habían enseñado a sonreír y amar y agradecer lo que cada día traía. Suplicándoles absorbieran ambos ese precepto para sí y que comprendieran, que si ellos no se aferraban al momento en que ella muriese, sino a las muchas alegrías que compartieron, la mantendrían viva y plena en su memoria.


Sylvia y Karl lloraban profusamente cuando acabaron de leer la conmovedora misiva. Entendiendo bien la petición de su hija. Era lo mismo que una y otra vez, les había repetido Rosalie. E interiormente, supieron que estaba bien seguir adelante.


Pasada esa conmovedora revelación póstuma, los Renaud recibieron otra novedad igualmente de sorpresiva de boca de Carlisle. Edward les había dejado a ellos y a Franco una pequeña fortuna, que era el resultado de su trabajo en el extranjero.


Karl quiso de inmediato impugnar esa resolución, alegando lo injusto e incorrecto que eso le parecía, pero Carlisle le dijo que estaba hecho y que si su hijo había considerado honrosa esa decisión, la aceptaran gentilmente. Como muestra de afecto para con su hijo y el amor que él le tuvo a Elise.


Eventualmente, los Renaud se quedaron sin argumentos para rebatir y aceptaron incrédulos, su nueva situación financiera. De la cual, se enterarían más adelante a través del Sr. Jenkins, era lo suficientemente holgada, como para no tener que preocuparse nunca  más, por nada que ésta pudiese solucionar.


Y así fue como Rosalie pudo despedirse también. Explicando que ella y Emmet se mudarían a Europa, para seguir los pasos de su hermano, con sus propios fondos. Prometiendo mantenerse en contacto y cumpliendo su palabra cabalmente durante años venideros. Para resignada conformidad de ella misma y de Elise, al saber cumplir a los Renaud, con la promesa de vivir a plenitud el tiempo que les quedara por delante, en homenaje a su hija.


Así pues, una dichosa y congelada en el tiempo bellísima Elise, sólo retornó secretamente al lado de de sus padres para despedirse de ellos, cuando el tiempo de cada uno llegó. Ayudándoles con su amorosa sonrisa a partir en paz. 


Y robándole un mimo, al pequeño niño que quizá no descubrió por sí mismo el inusitado brillo entre los árboles, proveniente de una dulce hada pelirroja, durante el entierro de su querido Abuelo Karl.


Edward y Elise vagaron por el mundo, perenemente enamorados el uno del otro. Siempre marcados por su increíble historia de oportunidades improbables. Derrochando felicidad y pasión en sus eternas vidas, hasta que efectivamente, el tiempo se olvidó de ellos. Más no así, el amor.


Y con esto dicho, llega aquí el final de su historia vista detrás de los ojos azules. Uno, que durará, eternamente.
                                                                                                            

FIN


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Estoy sonriendo.

Espero les haya gustado este cuento. Cuyo final me sorprendió a mí misma, empeñándose en ser feliz y hacerme renunciar al trágico desarrollo que originalmente tenía previsto.

Por lo mismo, ya no escribiré ese, en que las cosas terminaban de un modo más lógico. Aunque no tan generoso con nuestros queridos Edward y Elise.

Les dejo cariños y en verdad, me gustaría verlas despedirse junto conmigo de ésta historia, en sus  comentarios.

Las quiero: Sissy

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La pieza que me acompañó magistralmente en éste cierre es la de “Con Te Partirò” (Time to Say Good-bye). Interpretada por Andrea Bocelli y Sarah Brightman. Doy gracias a mi padre, que me inculcó el amor por la música y me abrió la puerta a ese bello mundo y lleno de magia.
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