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13 de octubre de 2013

Cap. 6 - FANTASMAS


CAPÍTULO 6

FANTASMAS

"Sin ti,
las emociones de hoy,
no serían más que la piel muerta
de las de ayer."

 Hipólito -personaje de.

COMPTINE d'UN AUTRE ÉTé
YANN TIERSEN




Era casi el medio día cuando Elise finalmente despertó. -¡Vaya!-, pensó –En verdad que me cansó la caminata de anoche, hacía mucho que no me levantaba tan tarde; pero valió la pena. Edward valió la pena.- Aseveró complacida con una suave sonrisa creciéndole por el rostro.


Recordar la cita la hizo sonreír aún más. Reconocer las emociones que le causaba tener a Edward a su lado era placentero. Hablar con él, oírlo reír; darse cuenta cómo, debajo de todo ése ánimo contenido -y a pesar de sus palabras a medias y sus respuestas extrañas-, había un ser suave y cálido… 


Analizándolo un poco más, Elise reconoció también que Edward a veces parecía demasiado viejo, demasiado maduro para su juventud. Y concluyó que eso, era seguramente porque él cargaba con mucho sufrimiento a cuestas y el comprenderlo, le apenó grandemente a Elise. Ella quería verlo feliz, siempre.


-Mi gentil Edward, el caballero Edward… ¿Cómo fue todo? ¿Qué te lastimó tanto?- Se cuestionó ella, mientras suspiraba y dejaba los hombros caer a la vez. Necesitaba verlo pronto y hacerlo sonreír; le extrañaba nada más despertar.


El domingo pasó lento sin Edward, tanto que, luego de regresar de comer donde Marita y Ralph y en vista de que el clima no iba a calentar mucho por la tarde;  se negó a salir con el grupo de amigos y volvió a montarse el pijama para dedicarse a mirar películas viejas. Sin darse cuenta del cuando, se quedó profundamente dormida y no despertó ya hasta la mañana siguiente. Curiosamente, el televisor estaba apagado y ella no logró recordar cuándo se había encargado de eso.


Al regreso del trabajo, el lunes por la noche, revisó con ansia su contestador que destellaba, esperando noticias de alguien que ni siquiera le había pedido su número. 


El primero de tres mensajes era de su madre, que la echaba de menos. Elise se dijo que la llamaría tan pronto como pudiese, ya que había olvidado hacerlo el día anterior. El segundo era del hospital, la urgían a que pasara a recoger sus análisis y hablar con ella... -¡Por ningún motivo!-, torció el labio desdeñosa, -¡Ahí no regreso para nada! Me estoy tomando sus pastillas, ¡¿qué más quieren de mi?!- El tercero era de Lucca, preguntando si había dejado un libro suyo olvidado ahí. -¡Sinvergüenza! –E hizo una mueca de enfado- Si tengo tiempo y ganas, lo buscaré éste fin de semana… Eso sí, espérame sentado querido-, y con otro gesto de desdén, dio por terminada la conversación mental con su ex.


No había nada más…


Nada de Edward.


¿Por qué habría de haberlo? Y se enfadó consigo misma por no haber hallado el modo de darle su número telefónico. 


¿Y si el silencio era porque él se había molestado por lo del beso? Quizá por eso no había hecho el intento de buscarla otra vez… ¡Oh, por Dios! Pero si había sido una inocentada, ¿no podía ser tan mojigato, o sí?  Sin ánimo de sentirse culpable por haber sido cariñosa con Edward, cesó el diálogo consigo misma y luego de ponerse ropa cómoda, se dispuso a llamar a casa. Más tarde, después de  cenar algo sin mucha hambre en realidad, cayó rendida en su cama, tal como la noche anterior.


No hubo noticias de su hombre de ojos azules hasta el jueves, cuando ella ya estaba francamente preocupada por su silencio; y al verlo afuera de su trabajo, esperándola con una pequeña sonrisa gacha y torcida, ella no pudo sino sonreír ampliamente al notarle, tan adecuado en su mesurada personalidad, plantado a la puerta del edificio. Sin pensarlo de nuevo, lo abrazó feliz y le besó largamente y con gran ternura la mejilla.  Luego se colgó del brazo de su amigo y le reprimió en silencio, con la mirada, por su ausencia.


-Lo lamento Elise, no fue mi intención preocuparte. –Fue la respuesta a la muda acusación y Elise no indagó más, respetando a su querido amigo.-


Después de esa sincera y breve disculpa, ambos se encaminaron hasta un merendero cercano, para que Elise tomara algo de comer. Una vez más, Edward pasó de alimentos y se encargó de la cuenta.



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Edward había vigilado a Elise un par de noches esa semana antes de decidirse a presentarse de nuevo con ella. El motivo de su indecisión, era el temor a su naturaleza misma. Elise le había devuelto a Bella en sus mejores momentos, en la felicidad cuasi plena que habían vivido con ella  hacía más de una centuria. ¿Era válido usarla para no sentirse tan muerto? ¿Tan vacío? Temía a las respuestas de esas preguntas.


Mirar el dormido, relajado y pálido rostro completamente ajeno a su presencia en la intimidad de su habitación, le causó un sentimiento de culpabilidad en su malsano hábito voyerista. Bella había amado ésa vergonzosa curiosidad suya, pero Elise no era Isabella. ¿Por qué volvía ahí, a ése dormitorio? No existía la excusa de estar obsesionado con ella, de estar cimbrado en su pétrea existencia a causa del amor. No. Lo que lo había motivado a vigilar su sueño había sido la curiosidad y la culpabilidad, pero, y ahora… ¿Qué razón podía dar de semejante actitud? 


Sólo le quedó aceptar que era egoísmo puro.


Él había cerrado su mente por tanto tiempo al recuerdo de Isabella, que cuando regresó con tan avasalladora fuerza, no pudo simplemente respirar sin ella de nuevo. Se sofocaba de angustia cada vez que el fantasma en su mente desaparecía. Y sólo sentía paz, cuando sus ojos marrón chocolate le miraban otra vez; gracias al afecto de Elise.


Ella era la fuente del regreso del calor a su cuerpo. 


Cada vez que Elise lograba hacerlo misteriosamente reducir la velocidad de su pensamiento a través de sus risas y su dulzura, él se encontraba de nuevo transportado al pasado, al lado de Isabella. ¿Cómo renunciar a eso? ¿Tendría la fuerza para dejar ir a ambas?


No.


Abatido por no encontrar una solución a esa imperiosa necesidad se le ocurrió que quizá si se permitía ver lo suficiente a Elise, podría guardar el calor de Bella para que le durase por algún tiempo más. ¿Pero cuanto podría ser eso? Elise se daría cuenta eventualmente que algo estaba mal con él. Que era, diferente. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si por algún descuido lastimaba a la niña pelirroja? No se lo perdonaría jamás. No. La chiquilla era un ángel, como lo había sido su amada Bella. ¿Cómo era que un condenado como él se había topado dos veces con un pedazo de cielo, cuando éste le estaba vedado? Qué broma tan amarga y qué castigo tan enorme le imponían. -Y aún así, es poco, por todo el mal que he hecho…-, pensó. -Quizá, ese Dios sabe que esa es, la más justa de mis puniciones, perder dos veces mi felicidad.-
 

Él sabía que nunca volvería a verla. Bella, su ángel, había vuelto al paraíso y ahí, nunca habría cabida para él. Volvió a desear poder llorar, pero hasta eso le estaba negado. Jamás podría lavar su sufrimiento. Sería mejor marcharse. Aunque le doliese hacerlo; tanto, como la primera vez. 


Sólo que en ésta ocasión no mentiría.


Lleno de vergüenza y aflicción, se alistó para ir en busca de Elise y despedirse de ella. Cuando la vio ahí, dejando el edificio, ajena a su presencia; aspiró profundamente para llenarse de su aroma, para guardarlo como un recuerdo más de lo que no podía tener.


¡Qué niña tan dulce era ésa! ¡Qué genuina alma poseía! Y qué bien se sentía de haberla salvado aquella noche. Al menos, le había ayudado a hacer trampa y a vencer a la muerte, que tan cobardemente pretendió reclamarla para sí. Mientras él sonreía, sintiéndose victorioso y feliz por encontrar otra razón para su inexplicable llegada a esa ciudad, los ojos de Elise se entrelazaron con los suyos. Fue fácil leer el cariño en ellos, y aún más fácil fue el dejar que él calor que ella irradiaba lo cubriera mientras lo tocaba, reclamándolo para sí.


¿Cómo negarse a sentirse amado por alguien, cuando se está desesperado? 


Él, a pesar de todas sus capacidades sobrenaturales, tampoco pudo hacerlo; y la idea de alejarse de ella se desechó, al primer contacto de su abrazo.



----- 0 -----


Elise y Muerte, como se llamaba en privado Edward a sí mismo, no se separaron ya mucho desde esa noche, convirtiendo ésa aparición nocturna a la puerta de su trabajo, en una agradable costumbre. No era precisamente un cortejo romántico de antaño, aunque poco a poco, todos los amigos de Elise dieron por sentado que eran una pareja; sino más bien una relación sin nombre donde el afecto se daba y se recibía, con agradecimiento y valoración.


Las noches eran efímeras en las largas conversaciones que mantenían en la cercanía el uno del otro. Edward le hablaba de lugares donde había estado, tratando de colmarlos con detalles y gente para llenarlos de vida y magia para ella; y Elise disfrutaba soñando con todos ellos, imaginando a su adorado amigo viviendo múltiples vidas al adaptarse a cada lugar.


Y mientras ella reía de sus propias palabras, Edward disfrutaba del regalo de paz que Elise le daba en esos momentos. Así como de los brazos de Bella que lo procuraban con inmenso realismo, compitiendo sin hacerlo, con los afectos de Elise. 


En medio de esa confianza, surgieron otro tipo de confidencias que apenaron a la chica del cabello rojo; quien, a pesar de haberse encargado muy bien de disimularlo, se sintió lastimada al escuchar de la boca del amigo que ella amaba, cómo era que en realidad, el corazón de Edward efectivamente seguía unido al de Isabella.


La fuente de esas revelaciones fue su misma curiosidad. Ella quería curarlo de su dolor, y Edward, absolutamente seguro de lo que hacía; respondió a sus indagaciones con la mayor honestidad que le fue posible, sin delatar que aquél amor prohibido suyo, había existido hacía más de un siglo atrás.


Elise escuchó el cómo una joven de diecisiete años, la edad que él portaba entonces, se había enamorado de Edward a pesar de las advertencias que él le había remarcado sobre lo peligroso de ese sentimiento.


También supo del como Edward finalmente había decidido mandar toda virtud y rectitud al infierno, con tal de estar al lado de Isabella el tiempo que eso fuese posible. Del cómo tuvieron que marcharse lejos de la casa del padre de ella, al hallarse ella deshonrada a su vista, por causa de ese amor.


-¿En verdad el padre de Bella la echó por eso, Edward?


-Sí, Elise. Aquello era una comunidad muy pequeña y su padre era una figura de autoridad en la localidad. No pudo aceptar lo que él consideró una ofensa y como yo no pude ofrecerle a Bella matrimonio eclesiástico, la repudiaron. A ella no le importó nada por amor a mí; y dejó a su familia, su vida entera para seguirme. Ése fue mi tercer error, el cuál reconocí muy tarde; pero en ése entonces nada me interesaba más que amarla y creí que con eso bastaría.


En la mente de Edward los recuerdos sucedían con suma claridad. En la edad de la inocencia, aquello había sido un gran escándalo; pero para un inmortal, la doble moral humana, le fue irrelevante. Ellos habían sido felices, vivido al máximo su unión; mudándose de aquí a allá cada vez que era necesario y disfrutando de su amor. Todo fue perfecto, hasta que Bella empezó a darse cuenta que se hacía mayor, y que él en cambio, permanecía inmutable. La preocupación de ella, provocó que le pidiese una y otra vez que la convirtiera, pero Edward se negó. No quería condenar a su amada a ser un monstruo como él, a perder su derecho al cielo. No. Él la amaría siempre, vería la belleza de ella en cada arruga y en cada pliegue de su rostro y cuerpo. Nada importaría nunca, nada, más que su amor.


Sólo que aquello, no fue suficiente. La vida misma los alcanzó, y tuvo que dejarla para que ella viviera todo a lo que tenía derecho… Lo cuál fue su cuarto y último error.


Era una lástima que no pudiese contarle las omisiones también a Elise, pensó Edward, pero aún así; sabía que ella era capaz de no juzgarlo y aceptar sus razones. Y efectivamente, a pesar de encontrar incomprensible la serie de eventos relatados a medias por Edward. Elise aceptó calladamente que esa carga era parte de la esencia de su querido amigo.


Inocentemente, Elise pensaba que Bella aún existía por ahí, casada con alguien más, viviendo su vida, ajena al sacrificio de Edward; y cuando expresó esa idea en voz alta, nuevamente, Edward le sorprendió.


-No Elise. Bella… Se casó, fue madre y… llegado su tiempo, falleció.


Elise lo miró con ojos desmesurados, -¿¡QUÉ!?-.


-No comprendo Edward. ¡¿Cómo que ella está muerta?! ¡¿Qué sucedió?!


-Nada anormal Elise. Ella… Simplemente, enfermó y murió.


Elise entró en shock al oírlo afirmar con dolorosa resignación esa cruel conclusión. Le fue imposible no sentirse empática con Isabella, con Edward. Llenarse de aflicción al repasar dichos eventos en su mente y alma.  Ahora entendía por qué Edward deambulaba como fantasma de aquí a allá. Efectivamente, su corazón estaba roto más allá de reparación. Y aceptarlo, lastimó aún más a Elise. 


La muerte no tenía explicación, ni reparos. Simplemente ocurría, y ya. Incómoda y rabiosa, ella se retorció en los brazos de Edward, donde se hallaba escuchando la confidencia. Y separándose de él, se vio llorando a causa de sentimientos encontrados, chocando entre sí en su interior.


Edward la observó con calma y embargo. ¿Ella lloraba por él? ¿En verdad podía ella ayudarlo hasta en eso? Ángel… Dulce ángel Elise…Y deseó consolarla, aún más de lo que ansiaba quedarse en el abrazo imaginario de Bella, que se encontraba viviendo en su mente.


-Shhh… Elise… No llores… Yo… No lo hago. No quiero que padezcas por esto, no es justo. 


Elise se limpió las mejillas con un gesto suave y lo miró compungida desde su lugar. ¿Cómo explicarle a Edward lo que toda esa historia implicaba para ella? Ése, no era el momento para acumular pesares. No. Además, nada de eso sería para ella. Ya no.


-Está bien, Edward. No te preocupes, sólo… Sólo… Es que yo soy así. –Y le sonrió sincera.- Gracias, por confiar en mí, por… Mostrarme tu alma…


Los ojos de Edward se quedaron atónitos ante la selección de palabras de ella. ¿Alma? No… Purgatorio eterno era lo que existía en su interior. Un monstruo condenado a deambular sin paz, nunca.


Esa noche, fue la primera que el vampiro se quedó ahí, en el lecho de Elise, con el conocimiento de ella. Nada sucedió, ni siquiera un beso; sólo un consolador abrazo mutuo, donde Elise se durmió profundamente.


Antes del amanecer, Edward se marchó contemplando con cariño, el pálido rostro dormido en el lecho. Agradecido profundamente por haber llorado por él, por enjuagar un poco el sufrimiento de su existencia. Para cuando el alba roseaba el cielo, sus pétreos brazos ceñían el aire en un delirio que gozaba por horas gracias a Elise. Mientras el sol reinaba en lo alto, él y su Bella se amaban una vez más.


Cuando Elise despertó, sola, se apesadumbró. Sólo había una nota al lado de su cama que recitaba, -“…Gracias… Hasta ésta noche, como cada una. Edward…”-. Fue tan grande la nostalgia que su corazón sintió, que tuvo que aceptar que se había enamorado de quien menos debía. ¿Qué iba a hacer ella ahora?


Antes de dejar su oficina al final de la jornada, Elise chequeó su imagen en un espejo y se notó rara. El silencio de Edward ese día, luego de tan monumental vivencia la noche anterior, era completamente normal en él; pero sumamente perturbador para Elise. Jamás había vivido una relación así. Era evidente para ella que no eran simplemente amigos, pero Edward no podía ofrecerle nada más, dadas sus heridas. ¿Qué quedaba por hacer? Ella sabía que él estaba de paso, que no buscaba anclarse a nada, ni a ningún lugar; pero entonces, ¿por qué la procuraba con tanta ansia? Aquello iba a ser muy doloroso, aceptó; pero no iba a negarle el afecto que él necesitaba, a sabiendas de que no sería correspondido.


Con esa conclusión en la mente, y con algo de retraso en tiempo, Elise dejó finalmente el edificio. Edward se acercó a ella, contento de verla, para recibir una más de sus dosis de bálsamo e Isabella. Y Elise lo besó, como siempre, con largo afecto en la mejilla, dispuesta a dárselo sin saberlo.


Caminaban ya hacia el merendero, cuando el primer miedo de Edward se manifestó en la sutil diferencia en el ánimo de Elise.


-Edward, dime algo… -Él la miró con afecto, presto para responder, pero se descompuso al oír la pregunta.- ¿Cómo es que nunca comes nada cuando estás conmigo?


¿Cómo responder a eso?


-Elise… ¿Podrías… simplemente acceder… a que no lo haga?


-¿Sin preguntar más, Edward?


-Sí.


Ella suspiró el aire que estaba reteniendo, pestañeando confundida. ¿No era aquello demasiado extraño? Edward estaba negando una necesidad natural y, ¿esperaba que ella lo admitiera sin cuestionar?


-Elise, es… Importante para mí, que confíes, que… Aceptes…


Él le miró serio, profundo, casi hipnótico y aunque Elise consintió en desechar la duda, no tuvo nada que ver con el efecto que tenía esa mirada en ella.


A partir de ese momento, Edward supo que ambos caminaban sobre una delgada línea y nuevamente se maravilló de la enorme casualidad que lo llevó a esa ciudad, al lado de Elise; prometiéndose honrar de todas las formas posibles, esa impensable oportunidad.





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Termina de momento, éste relato. Edward y Elise son ahora confidentes…

¿Qué sucede cuando el amor y la muerte se encuentran?

¿Se muere el amor?

¿O se enamora la muerte?


KRIZIA, te he robado la cita por el impacto que me causó. Tienes que decirme su origen.


Cariños: Sissy

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*CAPÍTULO ESCRITO EL 6 DE JULIO 2013, PUBLICADO EL 13 OCTUBRE 2013.





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