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17 de enero de 2014

Cap. 9 - EL SOL DE ELISE

CAPÍTULO 9
EL SOL DE ELISE 

 No hay tiempo para nosotros
No hay lugar para nosotros
Qué cosa es ésto que construye nuestros sueños y aún y así
se aleja de nosotros.

¿Quién quiere vivir para siempre...?

No tenemos oportunidad
Todo está decidido para nosotros
Este mundo sólo guarda un instante de felicidad para nosotros.

¿Quién quiere vivir para siempre...?

WHO WANTS TO LIVE FOREVER?
QUEEN

Recargada en la barra de la cocina, Elise miraba con afecto y detenimiento la familiar escena que se desenvolvía frente a ella. Su hermano menor, Franco, ayudaba a poner la mesa mientras su padre miraba el televisor en la sala. Elise y su madre habían cocinado juntas la cena, pues su presencia en casa había motivado a su progenitora a preparar algo especial y basto, luego de regañarla por su extremo adelgazamiento.


Estar en casa le producía una sensación de calidez que la conmovía profundamente; todo era tan… Como siempre… 


Hermoso.


La convivencia en la mesa fue reconfortante, llena de afecto y alegría. Con una conversación que llenaba  de detalles la ausencia de los meses transcurridos sin que ella hubiese regresado al hogar. Franco estaba crecido, de novio y enamorado. Su padre, seguía trabajando, pero estaba cercano a la jubilación y aún muy enamorado de su madre. Tenían planes de que cuando Franco ingresara a la universidad dentro de tres años, se tomarían un tiempo para viajar y así no sufrir tanto por tener el nido vacío. Era evidente que aún les dolía la partida de Elise lejos del hogar, pero estaban más en  paz con la situación. 


Elise sabía que ella siempre sería prioridad en la vida de sus padres y temió herirlos mucho si compartía su secreto. La casa estaba tan llena de felicidad esa noche, que esa sensación empujó a la pelirroja a postergar la dolorosa conversación.


Más tarde en su dormitorio infantil y con las luces apagadas, volvió a llorar. La habitación estaba impregnada de muchos recuerdos, buenos y malos y todos ellos le acompañaban como pálidos compañeros de sus cavilaciones nocturnas. Las tibias lágrimas corrieron silenciosas hasta su almohada, ya que temía alertar a su madre de su estado y trató de controlarse. No quería lastimarlos. A ninguno de ellos.

Al día siguiente, domingo, su madre se las ingenió para hacerla salir a solas con ella  y así poder un tiempo en privado para adorar a su hija. Con su corazón de madre podía intuir que Elise no había vuelto a la casa por tantos días solamente porque sí y deseaba enterarse de la verdad, pero  aún con su dulzura y perseverancia, no logró obtenerla. Todo lo que su hija optó por confiarle fue sobre su nueva relación con el hombre más espectacular y único que seguramente se cruzaría por su vida, Edward Cullen.

Sylvia Renaud, su madre, pudo percibir la verdad de sus palabras a través de la emoción que Elise imprimía en la descripción de los increíbles sucesos que la habían llevado a conocer a su Edward. 


El mero hecho de que hubiese salvado dos veces a su pequeña, hizo que Sylvia le tomara afecto inmediato al chico que enamoraba a su hija. Escuchar la narración de los eventos privados de la vida de él, no resultó menos impactante y pudo también comprender con claridad el por qué Elise se había prendado tan pronto de él. La historia era muy empática para las abrumadoras vivencias de su pequeña.


El martes llegó más pronto de lo que Elise hubiese deseado, con una angustiosa conversación pendiente, que la mantenía en vilo respecto a sus consecuencias; sólo que una vez que hubo reunido a su familia para decirles “algo importante que tenía que comentarles”, se escuchó a sí misma diciendo algo completamente distinto a lo que le oprimía el alma.


Mientras manejaba de regreso, se convencía cada vez más que había tenido una epifanía, justo a tiempo. Todo sería mejor de esa manera, para todos. El plan era perfecto, sólo tenía que ponerlo en marcha y sería más fácil de lo que jamás había pensado.


Sí, volvió a llorar en trayecto, pero se dijo a sí misma que ya habría tiempo para eso. ¡La vida era bella y había que vivirla!


Edward vigiló su ventana esa noche, se había debatido mucho sobre tocar a su puerta para confrontarla luego de su alocada partida, pero el notar que Elise no lloraba más, le dio la fuerza para contenerse y esperar a que ella lo buscase. Debía recordar que esa era la prerrogativa de Elise, ella siempre tendría el derecho de alejarlo o acercarlo, él jamás debería volver a imponer su voluntad sobre nadie.


Esa noche, convertido en estatua de mármol a la espía del sueño de Elise, la Isabella de su mente le miró iracunda varias veces.


-Sí, lo sé amor… Si tan sólo te hubiese dado ese mismo poder a ti… ¡Nuestra historia hubiera sido tan distinta!


El retorno de la alucinación a su mente fue muy notorio luego de haberse ausentado junto con Elise durante todos los días que ella había estado fuera, y aún así, Edward se negó a aceptar que quizá aquello había sido una acción voluntaria.   


Había extrañado mucho a Elise mientras luchaba por no seguirla hasta la casa paterna, pero utilizó la sensación de vacío que experimentó esos pocos días como ancla, al compararla y aceptarla como la ínfima parte del sufrimiento que seguramente había experimentado Bella cuando la abandonó, para mantenerse firme en su decisión de respetar los deseos de la pelirroja. 


Aún así, en su interior, se aferraba a la esperanza de que Elise todavía deseara tenerlo a su lado.


Poco antes del alba Edward se replegó en su casa, decidido a presentarte ante  Elise esa noche al salir de su trabajo.


Una vez más Elise tardó en salir, haciendo de los insignificantes minutos una intolerante molestia para el ser eterno. Le fue evidente que ella le esperaba, ya que apenas pisó el umbral, sus ojos le buscaron por encima de las personas en el rededor. Él pudo leer placer en su mirada al hallarlo ahí, pero también le fue evidente el nerviosismo en la sonrisa con que le recibió, al no ser ésta tan limpia como siempre.


-Hola extraño. –dijo ella tratando de encubrir su inquietud mientras le besaba sólo la mejilla en vez de los labios, ignorante de cuanto en realidad hería a Edward con el desvío de su caricia.


-Hola Elise. Bienvenida a casa. Te extrañé.


Los ojos de la chica se dilataron ampliamente bajo esa afirmación voluntaria mientras que el pulso se le desbocaba a la par, confundiendo a Edward sin arrepentirse de lo dicho. Una cosa era no intentar retenerla y otra, mentirle. Y él, sabía que necesitaba compartirle esa verdad.


-Yo también pensé en ti Edward.


Fueron las pocas palabras con que ella contestó para no permitir al sentimiento escaparse, intentando con ello aferrarse a su plan. Ella seguía sin saber cómo manejar la situación para lograrlo, pero tenía que alejar a Edward para no herirlo. Pensar en eso, hacía que le doliera el corazón, sabía que estaba completa y absolutamente enamorada de él y aún así, tenía que renunciar a ese amor.


-Dime algo Elise, ¿estás bien?


La pregunta iba más allá de lo evidente, haciendo alusión a la última vez que se habían visto y la dramática partida de ella. Elise decidió ser honesta, pero parca al respecto.


-Si Edward. Estoy mejor. Todo parece mejor ahora.


Si su pulso no la hubiese delatado, o el leve temblor de sus labios no le fuese completamente perceptible al vampiro, quizá le hubiese creído; pero la mentira sólo hizo que Edward se preocupara aún más. Debía demostrarle cuánto podía confiar en él, ya que era verdad que la respetaba con la vida misma. ¿Pero, cómo?


-Bien… 


Los ojos de Edward se clavaron en los de ella con fuerza arrasadora, calándola hasta el fondo, haciéndola temblar de emoción y desatando deseos que quería prohibirse. 


Esa noche fueron directamente al departamento de ella pero no estuvieron solos suficiente tiempo como hablar más, Marita y Ralph aparecieron ahí apenas se había cambiado Elise la ropa por unos viejos pantalones de ejercicio y una camiseta; y con ellos, muchas cajas.


Luego de los saludos y de meter entre todos los cartones al interior del domicilio, Elise les extendió bebidas y algo de comer, tratando con ello de evitar el ceñudo gesto interrogador con que Edward la miraba.


-Querida… - Le dijo Marita con su aún marcado acento brasileño.- Todavía me tienes en shock por esto, sé que ya lo hablamos, pero… ¿qué quieres? Pensé que las cosas habían cambiado. –Le preguntó mirando de reojo a Edward. Su amiga le había advertido esa mañana por teléfono, que aún no le decía nada a él y que no tenía idea de cómo iba a tomar la noticia. 


Era evidente para la pareja por la acusadora mueca en el pálido y hermoso rostro que se estaba enterando de la partida de Elise, a la par que entre todos empezaban a desmontar el departamento de ella.


Un poco después de las 11:30 sus amigos se despidieron conviniendo en regresar al día siguiente para seguir ayudándola y Elise los abrazó afectuosa; pero cuando cerró  la puerta tras de sí, se aferró a la perilla llena de temor. Edward la miraba silencioso apretando la mandíbula. ¿Habría modo alguno de salir de esa sin raspones?


-Lamento no habértelo contado antes, pero es que simplemente tomé la decisión allá, en casa…


Elise se estremeció repentinamente, algo muy atemorizante se percibía emanando de Edward. Un escalofrío le convulsionó el pecho, se había adherido a la puerta completamente sin darse cuenta y aunque Edward no se había movido siquiera un centímetro, parecía haberse adueñado hasta del aire alrededor de ella. Era como si él se hubiera convertido en un dominante gigante que sabes te va a atacar y demoler en un segundo apenas avance hacia a ti.


-¿Por qué te marchas Elise? –Siseó Edward.


Al interior del vampiro se estaba librando una lucha campal entre su autocontrol y sus instintos. Se había contenido todo el tiempo que los amigos de ella habían estado ahí pero ahora, a solas; la frustración, el miedo, la desesperanza y el egoísmo lo estaban azotando. Se había mentido profundamente. Era incapaz de dejar a Elise irse sin luchar por ella.


-Edward…


-¿Acaso… Acaso, es que por fin me repudias y por eso huyes?


Elise respingó al escucharlo. ¡Pobre Edward! ¡Cuán herido estaba! ¡Cuánto daño le había hecho Isabella al no escogerlo a él! En ése instante, la tal Bella se convirtió en alguien odioso para ella y sintió el enorme deseo de consolar a Edward. ¡Si tan sólo pudiera hacerlo sin lastimarlo más…! 


-Edward, esto no tiene nada que ver contigo en realidad.


-Elise, ¿acaso lo sabes? ¿Sabes lo que soy ya?


Ella lo miró sin entender.


-¿Cómo?


La mente de Edward se movió con una velocidad imposible apoyada en lo que sus capacidades sobrenaturales le permitían captar. Elise decía la verdad, al menos respecto a lo que él refería. Sin embargo, podía sentir y olfatear muchas cosas en ella, principalmente al miedo cada vez con mayor intensidad, emanando de su cuerpo. Tenía que lograr que se explicase y tenía también que hacerla sentir segura a su lado. Conseguir eso con el depredador en sí, tan alterado como estaba, requería de gran tenacidad por parte de su voluntad.


Con suma delicadeza y lentitud extendió su mano hacia ella, palpando mentalmente a todos los músculos que utilizaba en ése movimiento para recordarles que Elise era tan frágil como el cristal, cuando finalmente le tocó el rostro.


El frío tacto ya no le resultó ajeno a ella, no podía moverse de su apoyo, aún prisionera de la fuerte presencia de Edward; y con entrecortada respiración esperó por lo que viniera. Entumecida.


Los dedos de Edward recorrieron con cuidado la mejilla de ella, para luego dirigir su pulgar hacia los carnosos y latentes labios. No quería lastimarla, ni asustarla, pero deseaba tanto besarla y saberla.


Con la misma lentitud insidiosa cerró el resto de la distancia entre ambos al mover su cuerpo justo frente al de ella, terminando de apresarla contra el muro; y aún con todo el garbo físico del vampiro, adaptó su postura para llegar a la altura de su cuello.


En vez de beber de su sangre, el vampiro la besó con  morbidez y girando hacia su boca tomó todo su aliento, sometiéndola con suavidad a sus deseos temeroso de olvidar cuan delicado era el rostro que sostenía entre sus manos en su ansia de dejarse llevar.


Elise perdió la consciencia bajo su contacto, una vez más disuelta en la neblina de la omnibulencia que Él le causaba con su toque, y junto con la llegada de esa sensación, el miedo se disipó. Sólo podía besarlo y amarlo.


Edward exploró su boca con avasallo, toda su naturaleza implicada en el acto. Tanto el monstruo como él deseaban mucho a Elise y ninguno de ellos quería dañarla, por ende, la profundidad de la entrega. Él no necesitaba del aire, pero Elise sí; así que renuente y esperanzado en haber logrado conmoverla, detuvo la caricia.


Poco a poco y con los ojos cerrados, ella empezó a notar que volvía en sí.  Con el rostro arrebolado y la respiración entrecortada, sus alterados sentidos comprendieron que el beso había terminado.


Al hallarse tan absuelta de control, las barreras de su corazón se levantaron completamente rebosadas del amor que sentía por Edward. Concientizarse de ello, hizo que le doliera aún más lo que sabía tenía que decirle por el bien de él.


Aún con los ojos cerrados ella comenzó a hablar, negándose a mirarlo.


-Edward…


El aludido notó que ya no había más miedo exhalando de ella, pero todas las hebras de su voz indicaban pesar. Elise no iba a cambiar de opinión.


-Por favor Elise, no te vayas…


-Edward, comprende. Si no lo hago uno de los dos va a salir terriblemente herido. Yo podría destrozarte una vez más o tú podrías quitarme la vida antes de tiempo con tu rechazo…


-Elise, ¿cómo puedes decir eso? ¿No has sentido cuanto te necesito?


-Por favor… No insistas Edward. Yo te quiero también, pero tengo que hacer esto. 


Elise buscó con desesperación las palabras más certeras para alejarlo. Era mejor herirlo ahora que después.


-Si me quedo, bueno, perderé todo de  nuevo. Yo no tenía intención de enamorarme de alguien como lo estoy haciendo de ti. Tú, tú sabes cuáles son mis sueños y si me ato a ti los perderé para siempre. Tengo que vivir mi vida. No estoy lista para dejarla ir.


El arma más certera no fue el rechazo, sino la confesión de que lo amaba. Isabella se presentó violentamente ante él. Se le veía completamente acusadora y satisfecha. Finalmente habían llegado al momento de su condena y paga. Saberse rechazado a pesar del amor, escuchar el cómo no le quería para ser parte de su vida, fue exactamente lo que él le hizo a Bella.


Pero él había mentido, él la adoraba, estaba dando todo por la de ella para darle lo que por derecho le pertenecía… Una vida, una descendencia, el sol y los amaneceres; todo lo que él no lograría darle nunca. Todo lo que estúpidamente pensó Jacob Black le podría proporcionar a ella hasta convertir su recuerdo en una mera pesadilla de su pasado.


Herido y desarmado se desmoronó. ¿Por qué no podía llorar?


Bella lo había hecho, había suplicado, peleado, se había hecho añicos ante él cuando se despidió pero de nada sirvió, él se fue. Saberla sufrir fue volver a morir, pero creyendo que era lo mejor, se mantuvo lejos hasta que no pudo más, regresando para estar ahí en el momento final de su amada.


Elise se adivinaba al borde del llanto, pero no había cambiado de opinión, aceptó Edward. No lo quería a su lado, ni siquiera le había invitado a acompañarla. Cuan absurdo y terrible hubiese sido eso, pensó. Para ello él hubiera tenido que confesarle lo inconfesable y ella habría huido aún más rápido, aterrorizada de por vida de que un vampiro la hubiera cortejado y  temiendo que algún día regresara por ella.


No.


Ese rechazo era lo que él merecía.


-Supongo que finalmente podrás estar en paz amor, he pagado con la misma moneda al daño que te hice. Vuelve a tu cielo que yo me quedaré en mi infierno por siempre Bella…- Le dijo a la visión en su mente, lleno de dolor. El fantasma le miró con desdén y con lentitud, desapareció, dejando su pensamiento en un vacío brutal. 


Edward pudo sentir como se estaba fracturando a causa de la gran nada que lo estaba invadiendo y temeroso de lo que pudiera suceder si perdía la razón una vez más, sólo alcanzó a mirar a Elise lleno de preocupación y dolor antes de casi arrancar la puerta donde ella había estado recargada para alejarse lo más pronto posible de ahí.


Todo el cuarto pareció haberse quedado hueco junto con la partida de él. La fuerza con que ella se había sentido invadida también se evaporó, dejándola caer con una dureza tal, que ella misma sintió la necesidad de sentarse para evitar desplomarse. Aún aturdida como estaba, alcanzó a comprender lo imposible que había presenciado. Nadie se movía a esa velocidad, ¿cómo era que Edward hubiese desaparecido de ese modo? 


En poco minutos el vampiro se hallaba ya muy lejos de la ciudad, corriendo hacia las montañas, retirándose del peligro de herir a inocentes en su trastorno. Su dominio casi perdido para cuando se detuvo en la absoluta soledad. 


El depredador y él gritaron al unisono, heridos en lo más profundo, perdiendo el control finalmente. Sólo quería destruir, ceder a sus impulsos, desbaratar su entorno intentando con ello herirse a sí mismo. Árboles, rocas, suelo, todo se rindió bajo sus puños. Quería llorar y no podía, pero sus lamentos escapaban de su garganta como rugidos de un animal salvaje, asustando aún más a cualquier ser viviente del área que no hubiese alcanzado a huir ante la destrucción que ahí estaba sucediendo.


Luego de un largo tiempo, fue perdiendo impulso en su devastación, sintiendo un cansancio que le era imposible sentir en realidad, más allá de su agotada mente, hasta quedarse echado e inmóvil en el suelo. 


Mientras tanto, y al mismo tiempo, Elise se había desarmado en llanto en cuanto dejó de interesarle el modo en que Edward había desaparecido, para concentrarse más en la salida de él de su vida. Estaba perdiendo demasiadas cosas, demasiado pronto. Lo amaba, lo amaba muchísimo y renunciar a él se sentía injusto. Deseó tener más tiempo, vida, pero no era así; y volvió a llorar clamando por un milagro imposible. Tumbada en el sillón, el entumecedor agotamiento la venció, haciéndola dormir ahí mismo. Para cuando su alarma sonó, demasiadas cosas habían sucedido muy lejos de ahí.


El amanecer en la montaña se abría lentamente paso entre las sombras de los árboles, llenando de vida, sonido y calor el área, alertando con ello a Edward de la inminente llegada del sol a su arrasado claro. Con lentitud humana, el vampiro se incorporó para preparar su muerte. Ya había decidido que era el fin y comenzó a armar una hoguera con los árboles caídos quedando él en el centro de la misma. No tenía idea de qué iba a seguir luego del fuego, pero el infierno ya lo había alcanzado de todas maneras. Él era un condenado sin alma, sin perdón, no tenía caso seguir escapando de lo que tenía merecido. Con un poco de dificultad, logró la primera chispa y de ahí las llamas a su alrededor. Extendiendo los brazos y elevando el rostro, esperó a ver el sol elevarse en el cielo por última vez.


Los dorados rayos del astro alcanzaron el llano que había creado Edward en su duelo y alumbraron la rojiza hoguera donde el vampiro comenzaba a incendiarse; pero el depredador no estaba dispuesto a morir. Cuando el dolor agudo de las llamaradas encendidas aguijonó su mente, el monstruo se rebeló con violencia, peleando contra la voluntad de Edward para hacerlo reaccionar  y salir de ahí a tiempo.


-¡No! ¡Estás loco!


-Te equivocas, o quizá no, pero ya no tiene caso discutirlo.


-Estás haciendo esto en vano. ¡Piensa! Ella te está mintiendo.


-No. Elise no me quiere, y sé bien que Bella sí mintió cuando dijo que me perdonaba por todo. Ella regresó para cobrarme la deuda.


-A quien has visto no ha sido a Isabella. Ella está muerta, has sido tú mismo en tu demente culpabilidad que la has vuelto a la vida.


-Aunque tuvieses razón, eso es lo de menos. 


-Elise sí te quiere.


-Pero me rechaza, además, es la misma historia. No hay nada que yo pueda ofrecerle en realidad.


-Eso no es cierto.


-¡No te atrevas! Ni siquiera lo digas.


-Tú sabes cuál es la verdad. Ella te está alejando pensando que te está protegiendo y haciendo la misma estupidez que tú a Bella. 


-¿De qué estás hablando?


-Piensa, lo sabes, ¡lo sabes! Has estado tan ciego buscando la vida en el calor que ella te dio, que te has olvidado que conoces muy bien a la muerte.


-¿Cómo?


-Te has creído humano de nuevo, pero tú eres más que eso, tú sabes bien a qué huele Elise.


-No.


-Sí.


-Ella no, no puede ser.


-¿Por qué crees que se está marchando tan abruptamente?


-No.


-¡Sálvala!


-Eso sería matarla.


-Dale la opción.


-Ella no  puede querer ser un monstruo.


-Ella jamás será un monstruo, pero sí se extinguirá si la abandonas.  
         

-…


-¡Sálvala!


-…


-¡Sálvala!


-…


-¡SÁLVALA!


Con ése último grito en su mente Edward giró violentamente para escapar del fuego. Sus heridas eran muy graves para cuando logró encontrar un refugio. Tardarían más de un día en curarse y tiempo, era lo que menos tenía Elise.





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¡Aaaaay! Me duele el corazón. Temí mucho por Edward mientras ardía en las llamas, era verlo en Volterra, buscando su muerte de nuevo. Pobrecillo, ha sufrido tanto que no puede más. Se los dije, no puedo imaginar lo que es sobrevivir a todos los que amas… Por siempre.

Cariños: Sissy

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Capítulo escrito el 27 de Sep. 2013. Publicado el 17 de enero del 2014.




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