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20 de febrero de 2014

Cap. 10 - CONFESIONES


CAPÍTULO 10

CONFESIONES 

Te deseo

Te necesito

Yo seré de tu posesión...

POSSESSION
JACE EVERETT


Elise estaba agotada por todo el peso silencioso que cargaba en sus hombros, no sólo por su enfermedad. Edward había desaparecido y aunque era lo que ella había decidido, lloraba por su pérdida como una viuda.

Con ayuda de Marita y Ralph, llevó a cabo una venta de garaje ese fin de semana pactando que todo lo que no se vendió, seguiría bajo cargo de sus amigos para rematarlo y enviarle el dinero a su cuenta ya que  le quedaban sólo unos pocos días más en la ciudad antes de su regresar a casa y de ahí, iniciar su travesía.  Elise sonrió con sarcasmo e ironía mientras se movía de aquí a allá entre contenedores, al recordar que apenas tuvo tiempo para cumplir con las vacunas y requerimientos sanitarios para ingresar a Tailandia ante lo acelerado de sus planes. ¡Si tan sólo supieran!

Luego de despedirse de sus amigos la tarde de ése domingo, tres días después de echar a Edward, prefirió quedarse sola en la semi vacía casa que seguir sonriendo forzadamente cada vez que le preguntaban si estaba segura de todo eso. 

El cansancio era demasiado y como la adrenalina del día la estaba ya abandonando por completo optó por dejar el desorden en paz y se dio un largo baño caliente, luego se forzó a tomar sus suplementos y cenar bien en sus improvisado pijama de mini-shorts y su vieja sudadera de la universidad, a pesar de estar sumamente ansiosa por irse a la cama a acostarse. De ahí en adelante tendría que cuidar mucho de sí misma para sacarle el mayor provecho a su tiempo.

Era una lástima que la televisión hubiese sido uno de los primeros objetos en venderse, pensó aún con el cabello ligeramente húmedo. El sol se había ocultado temprano y deseosa de distraer su mente, rebuscó entre las cajas por su guía de viajes. Irse hasta el otro lado del mundo implicaba aprender de antemano algunas cosas importantes pero justo esa noche, su mente no tenía ganas de estudiar. El motivo, la melancolía en su corazón.

-¿Dónde estás Edward? –Preguntó al aire botando el libro sobre el edredón.- ¿Te marchaste ya? Lo lamento tanto y te extraño, perdóname…

Lloró de nuevo en su cama, añorándolo. 

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Las heridas que el fuego le había causado habían sido muy profundas y el vampiro tardó mucho en sanar, tiempo forzoso que utilizó para reflexionar sobre las acciones a realizar a continuación. Tenía gran urgencia en partir en busca de Carlisle pero no podía irse sin verla una vez más, así que apenas se halló curado y  aseado, marchó con prisa en pos de Elise para asegurarse de que estuviera bien. No iba a dejarla sola con todo. 

Toparse con la casa casi desmontada le causó mucha aprensión. Debía encontrar a su padre, pronto. 

Esa noche no fue necesario espiar por la ventana para darse cuenta de que a pesar de la hora, Elise no dormía. Tampoco esperaba el temblor en su interior al escucharla llamarlo entre sollozos. El monstruo no se había equivocado, ella lo necesitaba y esa convicción provocó un inesperado chispazo de calor en su muerto corazón al llenarlo de esperanza. Sin pensarlo más, se rindió ante lo que Elise le provocaba y se dirigió a la entrada.

El timbre de la puerta sobresaltó a Elise. ¡No podía ser! ¿O sí? Impulsada como un resorte, corrió hacia el baño para limpiarse rápidamente antes de abrir.

La silenciosa figura alta y masculina parada en el portal le miró profundamente apenas la tuvo frente a sí y Elise, impulsiva como era, se lanzó a sus brazos para luego tomarle por el rostro y besarlo desesperada en los labios.

¡Al diablo con las buenas intenciones! Su corazón estaba roto y nada iba a cambiar, pero Edward estaba ahí y eso bastaba por el momento.

El vampiro fue consciente de lo humano que se sentía al contacto de Elise. Se halló creyéndose vivo a su lado gracias al calor con que su impetuosa boca calentaba la suya en un beso pleno de emociones, de uno y otro participante. Sólo eso bastó para hacerlo feliz y alejar cualquier fantasma que su perturbada cabeza pudiese liberar.

La puerta se cerró tras de ellos mientras Elise le guiaba de la mano al interior, completamente entumecida de su conciencia y previas elecciones. No iba a pensar en mañanas, sólo en presentes.

Ambos se detuvieron en el medio del desorden de cajas y entre la carencia de muebles volvieron a abrazarse. Edward fue quien la besó esta vez, sin detenerse a medir fuerzas ni a pensar en temores de fragilidad. No había cabida para esos miedos porque no había necesidad de ellos, todo él había aprendido ya a ser lo que Elise requería.

Con toda naturalidad adaptó su pétreo cuerpo a las suavidades de ella y por fin dejó en libertad a sus emociones, tal cual lo hacía Elise siempre. Necesitaba percibirla con todas sus capacidades, tocarla, recorrerla, sentirla aún más como presentía que ella era capaz de lograrlo con su forma de ser.

Su mano se dirigió hacia el moño en lo alto de la cabeza de Elise, desbaratando con el toque se sus dedos el lazo con que ella lo contenía, dejándolo caer como una oleada roja sobre los hombros cubiertos. El suave y limpio perfume aún permanecía sobre él y Edward lo aspiró con felicidad a ojos cerrados sumiendo su nariz en el hueco del cuello de Elise mientras ella permanecía quieta, hipnotizada en voluntaria seducción.

El aroma que Edward inhaló lo llenó de placer. Hacía tiempo que no lo percibía impoluto, sin aquella traza a fresillas que transtornadamente, transpolaba de Bella a Elise. Le gustó mucho al absorberlo profundamente y deseó probarlo con todos sus sentidos. Era lamentable que aquel otro maligno olor encubierto, también se pegara a ella… 

A causa de ese recordatorio, se alejó con renuencia de Elise, no sin antes recorrer lentamente con la punta de su nariz toda la piel de su cuello y depositar un beso en la base del mismo. Sí, su naturaleza deseaba morderla justo ahí, pero no para alimentarse; sino para amarla.

-Elise…

Su voz salió alterada y acariciadora, pero antes de seguir, ella tenía que saber muchas cosas. Era el tiempo de confesiones mutuas, únicamente que Elise debería ser quien las iniciase.

-Elise… Lo sé.

De momento, al estar tan turbada, ella no pudo comprender y le miró interrogante por respuesta. Edward exhaló aire que no necesitaba en realidad.

-Elise. Dímelo por favor. Sólo ponle nombre.

-¿Cómo? ¿A qué te refieres?

Poco a poco un temblor comenzó a nacer entre sus pulmones, empujando con sus estertores, a la neblina de su arrebato. 

-Elise… 

La voz de Edward salía suave, aterciopelada y protectora, pero en vez de tranquilizarla; crispó todos sus nervios a la defensiva haciéndola separarse de él por completo. 

-¿De qué estás hablando Edward? ¿Por qué volviste? Yo me marcho, puedes ver en todos lados que ya prácticamente me fui de aquí.

-Elise… -Él ignoró la agresiva respuesta, sabía bien que ella iba a tratar de seguir ocultándolo.- Siempre lo he sabido, lo olí en ti desde la primera vez que te vi. Dímelo.

-¿Qué? ¿Cómo que me “oliste”? ¿De qué estás hablando?

-Por favor Elise, invariablemente has confiado en mí y no tienes idea de cuánto he respetado esa fe incondicional e inmercida. No dudes y dímelo. Sé que estás enferma…

Elise contuvo la respiración justo ahí, aterrorizada.

-¡Por Dios, Edward! ¿Qué hiciste? ¿Fuiste al hospital? ¡Esa información es confidencial!

-No Elise. A mí no me hacen falta médicos, sé que estas muy mal. Tanto, que prefieres mentir a entristecer a todos los que te aman.

A ella comenzaron a aguársele los ojos. Escuchar su propia confesión de boca de Edward era aceptar la realidad de nuevo; y era horrible.

El vampiro esperó prudentemente. El llanto era siempre muy conmovedor para alguien que como él, estaba privado de esa liberación. Con calma y fortaleza percibió todos los cambios en Elise cuando las lágrimas ya sin control, escurrieron de sus ojos.

-¡Edward…!

Elise se arrojó a los brazos de su amado amigo en busca de sostén, por fin alguien más compartía su secreto y aunque eso le aligeraba el peso, también le angustiaba la reacción que él pudiera tener luego de confirmarle la afirmación.

Edward la abrazó con ternura y frustración. Todo él deseaba protegerla del mal y no sabía si iba a poder lograrlo. La lección de respeto le había costado al vampiro una vida anterior, pero le asustaba mucho la posibilidad de que ella huyera despavorida apenas se enterara qué era él en realidad y lo que le estaba ofreciendo, a cambio de su salud.

-Shhh… Tranquila, está bien. Estoy contigo, no me voy a ir a ningún lado… Confía en mí.

-Ed… Edward… -Contestó ella entre sollozos.- Es que esto no es de tu incumbencia, no tienes… Tú en específico… Tú no debes cargar con esto…

-Elise, no tienes que protegerme de nada. Yo, estoy, yo soy… Sólo dilo y ya.

Ella lo miró dudosa, sabía que Edward ya había vivido la muerte de alguien y lo había destrozado. ¿Para qué decírselo? No iba a permitirle estar a su lado por compasión, la pura idea le daba rabia y asco. 

-¿Qué caso tiene Edward? No es como si tú pudieras cambiar algo por saber qué es en específico. Además, sabré cuidarme.

-Elise, nada está perdido hasta que se pierde.

-Basta Edward, no seas necio… Yo… Ya te lo dije, no puedo…

-Elise… 

La voz era demasiado suplicante, demasiado convincente. Tonta y voluntariamente ella se clavó de sus ojos donde tanto le gustaba perderse, olvidarse y sólo sentir. Lo vio venir al hundirse en ese pálido azul que se cernía sobre ella, el beso volvió a trastornarla, exponerla; e  inmersa en abstracción lo dijo.

-Es cáncer Edward. Regresó y esta vez ya no hay modo de vencerlo.

El semblante de él apenas si mostró alteración por no angustiarla, pero no le gustó la respuesta. ¿Volvió?

-Siempre hay un modo…

-No… 

Seguían acurrucados, en el medio del desorden, y ahí mismo Elise contó por  primera vez a alguien ajeno a casa la verdad de su vida.

-Cuando era poco más que una nena me lo descubrieron. Viví largas temporadas en el St. Jude Children Hospital. No sabes lo terrorífico que es que tus primeros recuerdos sean el modo correcto en ayudar para que te pongan una venoclisis, o cómo vomitar sin ahogarte. Ver a tus amigos calvos al igual que tú y de repente, a sus camas vaciarse y sus padres llorar mientras te abrazan despidiéndose.

Edward, acostumbrado a la muerte, se sintió terriblemente afectado. No sólo por el dolor de su amada Elise, sino por esa triste realidad.

-Fui feliz de dejar ese lugar luego de dos años, cuando yo tenía cuatro. Era de las pocas vencedoras tan pequeñas. Todo mundo hizo una gran fiesta para celebrarlo, pero regresó cuando tenía ocho años. Yo ya estaba harta de tomar tantas medicinas y tantos chequeos sanguíneos y de que mis padres me riñeran por mi actitud o hasta involucraran a mis maestras de la escuela para que me motivaran a no negarme a cuidar de mí, cuando la maldita bestia volvió. Tanta quimio y tantos gastos por mi causa dejaron a mi familia casi en la ruina. Mis compañeros de la escuela y sus padres fueron maravillosos. Organizaron decenas de eventos para recaudar fondos para nosotros y mis amiguitas más cercanas se empeñaron en usar pelucas de todo tipo para que yo no me sintiera rara. -Elise sonrió a ojos cerrados ante el recuerdo, la niña paliducha y débil, rodeada de otras niñas en su casa que la trataban como una princesa.- En aquella ocasión, salí adelante más rápidamente porque lo detectaron a tiempo y se suponía por estadísticas que yo ya iba a estar bien… Y… Bueno… Yo me descuidé… No se suponía que esto iba a suceder de nuevo… Se suponía que yo… Que yo…

La voz se le partió y no pudo seguir, ahogada por el llanto, convulsionándose de pena entre los brazos de Edward. Demasiado debilitada internamente en ésos  momentos como para sostenerse.

El vampiro estaba conmocionado. ¡Pobre niña Elise! ¡Pobre chiquilla asustada! ¿Querría ella…? ¿Aceptaría ella…? Qué injusta era la vida mortal.

Edward volvió a besarla deseando con ello consolarla, librarla de todo pensamiento doloroso, cuidarla.

Elise se dejó llevar, su estado era demasiado emocional y le fue fácil y necesario buscar refugio en el amor de Edward. Sin separase de sus labios, él la elevó sin dificultad en sus brazos y se dirigió al dormitorio, seguro y convencido de lo que quería hacer. No iba a dañar a Elise, él jamás iba a lastimarla físicamente, sabría amarla como lo hizo con Bella.
Luego de dejar a una temblorosa y callada Elise en la cama procedió a desnudarse, dejando su duro y masculino cuerpo expuesto ante ella quién lo miró con admiración y amor, en los húmedos ojos. ¡Qué seguro se sentía de lo que estaba haciendo!, pensó mientras la ayudaba a quitarse la holgada sudadera por encima de la cabeza y esperaba a que ella se deshiciera el short, quedándose solamente en una breve prenda interior. Edward se perturbó al contemplar el casi completamente expuesto cuerpo de ella y el rosado rubor que le abrillantaba la palpitante piel, mientras que su vivo corazón cantaba desbocado de anticipación en la garganta, para él.
Con lentitud y cuidado recorrió las suavidades reveladas, en un modo premeditado que le permitía disfrutar y apreciar el placer que ambos experimentaban con las primeras caricias. ¡Cuan distinto se sentía volver a estar con una mujer a la que en verdad quería, todo él rezumbaba de emoción!, meditó complacido. Sí, el recuerdo de Bella fue inevitable, pero momentáneo. Elise tenía derecho propio sobre él y sinceramente, Edward deseaba ser de ella.
Fantasmas y remordimientos se evaporaron al acompasar los cuerpos en ires y venires de toques, besos y gemidos. Su boca se adueñaba de la de ella rozando sin temor la piel viva de Elise y con la misma, se gozó de probarla cómo y dónde quiso. 
Con cuidado y dominio, llevó sus labios al punto erótico de su naturaleza, el lugar de la consumación de la sed. La sangre corría sonoramente llamándole con tentación en el cuello y no se negó a buscarla, pero se limitó a lamer y succionar el codiciado territorio con fervoroso respeto mientras que dirigía su tacto hacia los palpitantes pechos que subían y bajaban a causa de la excitada respiración de Elise. Lleno de placer, se separó del cuello olfateando con embeleso el embriagador perfume que toda ella emanaba para concentrar ahora su atención en los senos. Con reverencia en su toque procedió a acariciar con la lengua el más cercano al corazón, sin descuidar al otro en firme seducción del erecto y sonrosado pezón. Succionó y mordisqueó a uno y otro en un ritmo constante y perturbador que en poco tiempo, la hizo llegar al clímax, copando de éxtasis al vampiro al percibirla estremecerse en el primer orgasmo.  
Elise le miró absorbida cuando se repuso un poco, aturdida de amor y deseo; y él le devolvió la mirada, dejándola entrar en sus ojos y en todos los secretos que ahí guardaba mientras ella se dejaba caer sobre las almohadas, presa y dispuesta a lo que fuese por él.
Contemplarla expuesta entre las sábanas revueltas, con la piel deseosa, sonrosada y brillante, le recordó a Edward uno de esos hermosos cuadros de Gustav Klimt donde pelirrojas orgásmicas se mostraban plenas a sus amantes, y sonrió para sí. Elise era bella y merecía todos los altares que un hombre pudiese levantarle, sí; pero su belleza externa apenas aparejaba a la de su interior y por alguna suerte, ahora ella era de él.
Separándose momentáneamente, sus manos bajaron sin dejar de tocarla hasta sus caderas, y con suavidad para no asustarla con su verdadera naturaleza, terminó de desnudarla. Quieto y agitado igual que ella, contempló con fascinación el sexo expuesto de un color ligeramente más oscuro que la cabellera rojiza, y volvió a sonreír maravillado. Un glorioso aroma y brillo le llamaba desde ahí y suspirando, atendió pronto al mismo, ante el nervioso temblor de anticipación de Elise.
Con cuidado, se posicionó entre sus piernas y aún más delicadamente tocó su húmedo sexo, temblando de excitación al igual que Elise, al tener el derecho de acariciar lo más íntimo de ella.
El corazón latiente, dio un brusco salto cuando los fríos dedos comenzaron a palpar y estimular la zona con delicadeza y conocimiento, Elise gimió en respuesta y cerró los ojos de nuevo, perdiéndose en las sensaciones. No sólo era la impresión de ser ése el primer encuentro entre ellos, o la marejada de emociones que había surcado desde que se enteró del retorno de su enfermedad; era… Edward y su forma tan indescriptible de hacerla sentir mientras le hacía el amor.
Para el vampiro, el mantenerse voluntariamente consciente de su entorno concentrado en leer y sentir el placer de Elise, fue igual de excitante que si se gratificara a sí mismo. Él también la necesitaba mucho, pero en ese momento era sabiente de que Elise era quien más requería de olvidarse de todo y sentirse a salvo. Acompañarla en semejante viaje era un regalo inapreciable y él la seguiría cada vez que Elise así lo quisiera. 
Con veneración y ansia agolpándose en su garganta, acercó y sumió su rostro entre los suaves muslos llevando su boca hasta el femenino sexo, para besar y probar lo que comenzaba a alterar sus sentidos y dominio. A fin de cuentas, él también se había rendido ante ella y quería ser tan suyo, que necesitaba saberla dentro de sí en todas las formas posibles.
Elise gimió ante el impacto de sentir la helada lengua posarse ahí para recorrer y separar con firmeza sus otros labios al beber de ella, subiendo y bajando en un ritmo estimulante que de inmediato dominó su mente, oscureciéndola por completo en obediencia a las sensaciones que de sus caderas emanaban. Los duros dedos regresaron a su clítoris en un toque firme e hipnótico que acompasaba perfectamente a la boca que la devoraba, entrando y saliendo una y otra vez en su ardiente y lubricada cavidad; volviéndola un ser primitivo y sensorial, listo para quemarse.
Elise se retorcía asfixiada de placer entre gemidos y gruñidos involuntarios, ahogada por completo en el poder que Edward tenía sobre ella y se dejó ir tal y como lo había anhelado en aquella primera alucinación suya, al recordar los claros ojos del extraño con el que alguna vez compartió una mesa en una concurrida velada.  La liberación se vino explosiva, entre fuertes sacudidas y gritos que rogaban por más; Edward sólo le dio unos instantes para que su corazón se relajara al regresar a su boca y besarla ansioso, subiendo y acoplando su cuerpo al de ella. El entorno se estaba difuminando para él también y sus instintos comenzaban a golpear con demasiada fuerza al muro de su concentración, deseosos de tomar a la chica de modo primario y cabalgarla hasta saciar sus apetitos también.
Las manos de Elise se tornaron sobre él posesivas, acariciándole y ayudándole a montarse sobre ella, sintiéndose sobre la pétrea piel como fuego vivo cuando con una tomó su miembro para recorrerlo y acariciarlo; mientras que con la otra lo guiaba por el trasero, acercándolo dominantemente hacia el lugar donde ella quería tenerlo. Edward siseó al contacto y tuvo que retroceder mentalmente un poco para poder  palpar cuan involucrado estaba el monstruo en amar sin dañar, a Elise.
En una ráfaga de morboso diálogo, ambos concordaron que la deseaban y terminaron de hacerse uno ante la necesidad acompasada que sentían por penetrarla.
Consiente de ese acuerdo y de que ya no podía esperar, llegó el momento de entrar en ella, haciéndolo lo más dominado que pudo, sufriendo voluntariamente la contención de sus deseos para ayudarse a no destrozarla en su frenesí. Su desesperante lentitud sólo sirvió para aumentar la necesidad de Elise, cuyas caderas se sacudían violentas, buscándole y rogando terminara de poseerla. Quizá algún día…, pensó el vampiro, mientras su imaginación ardiente  recreaba la escena de lo que sería esa misma vivencia con ella como inmortal también. Se descubrió a sí mismo añorando con felicidad ese día, en medio del agolpante placer de sentirla contrayéndose pesadamente contra su miembro. 
Elise…
Ese sentimiento de alegría rompió los límites de su esencia y finalmente olvidó que él no estaba vivo en realidad, la pasión por Elise y el amor de ella lo hicieron humano en todos los sentidos y se entregó por completo. Su miembro entraba y salía entre las ardientes contracciones que le recibían e intentaban retenerlo firmemente, haciéndolo endurecerse y llenar por completo la cavidad para el placer de Elise mientras que sus bocas se besaban al mismo ritmo, penetrándose con la lengua en voluntaria imitación al sexo y aumentando la locura de comunión que experimentaban.
Con su cuerpo al límite y ansioso por liberarse, alcanzó a notar el aumento imparable en el ritmo y la fuerza de las embestidas; y con desesperación se agarró firmemente las femeninas caderas para intentar medir y contener la fatalidad al dejarse ir. Cuando el orgasmo empezó a sobrepasarlo, la sed instintivamente reclamó su satisfacción también y Edward palpando al veneno agolparse en su garganta, puso toda su confianza en su férrea voluntad de la supervivencia de Elise mientras se corría salvajemente y perdía contacto con su mente.
Elise se convulsionó también en medio de sonoros y magníficos gemidos, perdida en su propio clímax e ignorante de cuán cerca estuvo de la muerte, al momento de que un ofuscado de placer Edward la elevó repentinamente por las caderas y espalda para seguir embistiéndola; mientras que llevaba la boca hasta su cuello, gruñendo inhumanamente por mantenerla cerrada y en un último instante, lanzar con violencia la cabeza hacia atrás -lejos de ella-, alcanzándola en orgasmo con un rugido.
Cuando la neblina del placer comenzó a difuminarse, Edward abrió los ojos que al igual que ella había cerrado en algún momento, para contemplar a la perfecta humana que seguía entre sus brazos, viva, palpitante y unida a su sexo. Lenta, muy lentamente, volvió a llevar a su boca hasta la base de su cuello y con reverencia lo lamió, para luego besarla delicadamente en el mismo lugar.
Amar a esa chiquilla sería siempre la fuerza para mantenerla viva.


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Uf! Necesito un trago.
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Hum... Las que gusten de Rob, pueden ver un video tributo a él con la misma canción que les va a elevar la temperatura a más de una. ¡Oh, sí! Soy mala, lo sé. ¡Disfruten! 





                                    


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