Seguidores

29 de junio de 2014

Cap. 16 - SIN TIEMPO

CAPÍTULO 16

SIN TIEMPO

Si tan sólo pudiera
Hacer un pacto con Dios
Y lograr que cambiara nuestros lugares... 

 RUNNIING UP THAT HILL
PLACEBO


Bangkok fue agotador desde su llegada y adaptarse a estar juntos sin estarlo fue aún más extraño para ambos, ya que uno de ellos estaba siempre prisionero del sol y la otra, caminaba en soledad a través de ambos momentos del día.

Aún así, la travesía soñada desde la adolescencia de ella no fue tan dispar de lo imaginado, porque efectivamente, se vio a sí misma viviendo de primera mano todo un mundo nuevo lleno de desconocimientos, experiencias singulares, inseguridades y satisfacciones.


Era una verdadera pena no tener a Edward a su lado en sus exploraciones y visitas a lugares impresionantes y para compensar su ausencia, Elise tomaba cientos de fotografías al día para mostrárselas y describírselas plenas de detalles y emociones, cuando llegaba el anochecer y el momento de poder estar juntos de nuevo.


A el vampiro resultaba muy cansado tener que recluirse y fingir que todo estaba bien, a pesar de que disfrutaba enormemente de tener a Elise rebosante de vida en su diálogo y colgada de su cuerpo, recreando el día para él a modo de sueño maravilloso. Así que pronto se vieron alterando un poco los planes de modo que ambos pudieran sentirse menos preocupados por el bienestar del otro en sus ausencias. Gracias a la fortuna material de Edward los hoteles cambiaron, las ubicaciones se adecuaron y lograron con ello una relativa normalidad que no agotara tanto a Elise entre sus días de expedición y sus noches como amante de un inmortal.


Aún con todo, los constantes desvelos fueron dejando marca en el cuerpo y rostro femenino, hundiendo y oscureciendo la piel alrededor de sus ojos de tal modo, que Elise comenzó a bromear una noche frente al espejo respecto a que iban a empezar a preguntarles si estaban emparentados por culpa de la palidez y las ojeras color púrpura. Edward rió la broma para complacerla, pero en su mente se reprimió fuertemente por todo lo que pensó como consecuencia de ello. 


En primer lugar se amonestó por no cuidar bien de su chiquilla en pos de su satisfacción y anhelo de tenerla a su lado apenas la percibía cercana a la villa; y en segundo plano, por la incomodidad que le causó el recuerdo de la época en que fingía con Bella que efectivamente, eran familia intentando disimular la evidente diferencia exterior de edades cuando ella ya había envejecido una década a su lado y él aún parecía sólo un muchacho.


El momento de dirigirse hacia las idealizadas playas de la región de Phuket, llegó poco después de la húmeda celebración del año nuevo donde habían disfrutado como nunca antes juntos una larga noche completamente despiertos e invirtiendo el día como el momento de descanso, luego de tanta diversión y espectacularidades de una tradición tan peculiar como la de empaparse los unos a los otros si te pescaban desprevenido.


La Bahía de Phang Nga no había decepcionado para nada a Elise con sus enormes riscos de piedra caliza emergiendo del mar como solitarios gigantes agrupados y esparcidos de aquí a allá, para crear una de las vistas más imposibles para cualquiera que las observase por vez primera. Aún de noche.


Las islas Phi Phi eran exactamente como las había imaginado desde la adolescencia, playas de arenas perfectamente blancas y un mar de impactante azul claro y transparente que le recordaba a los ojos de Edward. Perfecto, sí. Por todo, menos el ruido y la exorbitante cantidad de turistas que las visitaban todo el tiempo y los estragos que la masiva invasión humana había causado en el entorno. Eso, fue una verdadera lástima. El paraíso soñado de Elise se había corrompido por el exceso de viajeros y la modernidad. 


Además, la habían molestado como nunca mientras había estado ahí, sin Edward durante todo el día. Resultando en que el lugar más bello, había sido también uno de los más incómodos. Ahí había comprobado que efectivamente, una mujer sola, joven y atractiva como ella, parecía tener pintado un letrero rezando “estoy disponible”, para una gran cantidad de estúpidos. ¡Cómo extrañó a Edward todo ese tiempo!, pensaba mientras el lento ferri regresaba a tierra al ocaso. El magnífico y purpúreo atardecer marítimo sólo le causaba desesperación por reunirse ya, con él, deseosa de refugiarse en sus fríos brazos luego de tanto desengaño.


Casi un mes después de su arribo a Bangkok, dejaron las playas del sur para ir en contra de la corriente y volar hacia el norte. Hacia Chiang Mai, vieja ciudad de grandes bosques y santuarios para elefantes y un clima menos agobiante de calor. Ahí, la vida fue mucho más amable para con ambos; en especial, para con la dieta de Edward…


La tranquilidad y el ritmo  más pausado de esa antigua ciudad era justamente lo que el cuerpo de Elise estaba demandando a esas prontas alturas del viaje. Edward había estado en lo correcto respecto a la imparable travesía, que aunada a las exigencias nocturnas de la pasión de ambos; la estaba dejando indefensa a gran velocidad contra su enfermedad.


Elise empezó a comer menos, dormir más, y a preferir quedarse quieta en la cabaña, recostada junto al refrescante cuerpo de Edward. A pesar de su pálida piel bronceada por el implacable sol asiático, la demacración en toda ella empezó a hacerse muy notoria  para terror de Edward. Tenía que hacerla ceder en esa absurda negación suya. Esperaba que luego de ese tiempo juntos, su amor por él le hiciera desear ganar más tiempo. Así que una tarde, luego de un encuentro sexual y al sentirla relajada y contenta entre sus brazos, abordó el tema.


-Elise.


La sintió sonreír antes de contestarle con un perezoso sonido.


-Elise, ¿eres feliz, conmigo?


Ella rodó lentamente hacia él, para poder mirarle de frente, intrigada por la extraña pregunta.


-Claro que sí. ¿Por qué lo dudas Edward?


-Porque siempre voy a necesitar que tú me lo confirmes. Yo ya no puedo dar por sentado nada, nunca más.


-¡Oh, Edward! Te amo. Te amo muchísimo. Jamás había amado con esta intensidad hasta que me enamoré de ti. No tengo idea porqué tuve tanta suerte de encontrarte a tiempo pero soy feliz por ese regalo.


-Tiempo. Eso es lo que nos falta Elise…


-Edward, por favor, no vayas por ahí.- Le dijo ella mientras acariciaba su mejilla con cuidado y ternura.-


-Elise, tengo todo el derecho de expresar como me siento. Y justo ahora, tengo miedo.


Ella lo miró con tristeza, sabiendo perfectamente a qué se refería. Ella también había notado que el cáncer la estaba consumiendo más rápidamente de lo que esperaba. Los medicamentos y la vida al aire libre estaban fallando en ayudarla. Era lógico que Edward también lo supiera gracias a sus habilidades sobrenaturales. 


El corazón se le encogió a la chica ante un viejo temor que le cruzó la cabeza, pero ya tenía preparada la respuesta de antemano.


-¿Crees que no vas a soportarlo, Edward? Deseas, ¿irte? Si es eso, hazlo.- Dijo con ensayada dulzura que irritó hasta el pelo al vampiro.- No te sientas obligado nunca conmigo, ambos éramos conscientes de los riesgos desde un inicio Ed…


Él la atajó ahí mismo. ¡Cómo demonios se atrevía ella a salir con semejante cosa! 


-¡Por favor Elise! No se trata de nada de eso. ¡¿Es que acaso no lo ves?! Me está volviendo loco la idea de que no quieras aceptar mi ayuda y que te estés consumiendo ante mis ojos minuto a minuto.


-Pero Edward… Carlisle me lo dijo, nada va a cambiar.


-Tendrás más tiempo, podrás, ¡podremos tener más…!


-Edward, mi Edward. Yo. No lo sé. No se supone que sea así.


-No se supone que yo exista y que sea como soy. Y aún así, estoy aquí. Contigo. Suplicando que me escuches. He sido paciente, he esperado pero tú… Elise, ya casi no hueles a ti. Te está llevando mucho antes de lo que creías. ¿Por qué no quieres quedarte a mi lado? ¿No me amas como dices?


-¿Tú me amas a mí, Edward?


Preguntó ella con voz controlada. Intentando como siempre, no delatarse delante de él.


-Sabes que te quiero Elise.


-Quiero saber si me amas ya.


-Elise.


Él la miró compungido, deseando poder responderle lo que ella quería oír. Pero ella no le permitió mentir.


-Edward. No. Es evidente. Y yo no puedo forzarte a que hagas algo que no te es posible.


-Te quiero. Me importas.


-Pero no has logrado cambiar, ¿verdad?


Él calló. Deseando encontrar un fallo en su afirmación. Un hueco por donde colarse y elaborar.


-Edward. Entonces, no me pidas que haga algo que tampoco puedo.


-¿Por qué? ¿Por qué no Elise? 


La voz de él salió alterada, mucho más fuerte de lo que ella esperaba. Él nunca se había dirigido así a ella.


-No quieres saberlo.


-Por supuesto que quiero saberlo. Puedo leer algo en ti. De hecho,  ¡casi puedo palpar tu conflicto por aceptarme! ¿Qué falta Elise? Puedo darte todo lo que quieras, ¿por qué…?


Elise estalló. Debilitada en su resistencia y sabiente de que Edward estaba en lo correcto sobre el avance agigantado de su enfermedad. Finalmente lo dijo:

-Porque no quiero ser como tú.


Edward sintió como se fracturaba ahí mismo. Las grietas en su interior se abrieron como abismos destrozando y tragándose todo a su paso. 


Ella lo despreciaba.


-Creí, creí que no me temías… Te doy asco. Debí saberlo. ¿Cómo pude engañarme tanto? ¡Debo estar completamente loco si no pude darme cuenta!


Elise tembló de dolor apenas oírlo hablar. ¡No! Tenía que hacerlo detenerse. ¿Por qué diablos le había dicho eso?


-¡No, Edward! ¡No! No es a lo que me refiero. No te tengo miedo. NO hay nada en ti que no ame. Es… Otra cosa…


El vampiro se detuvo, intentando contener la devastación en su interior, abrazando con toda su resquebrajada capacidad, sus desorientados pensamientos.


-Si no es eso… ¿A qué te refieres?


-Yo… Edward… Mírate. Estás… No eres capaz de ser. Sigues incompleto desde que la perdiste. Sé que aún ves su espejismo. Que te acompaña siempre en silencio. Yo… No quiero ser eso. 


Edward no estaba seguro si empezaba a comprender, pero se avergonzó tremendamente al saberse descubierto en sus pecados. La miró con helado estudio. Elise era una simple mortal. ¿Cómo podía ella saberlo? No tenía idea, pero ella conocía su tormento. Que Bella aún lo perseguía.


-¿Cómo?


-Edward, siendo humana y sabiendo que tengo el tiempo contado puedo aceptar lo que me des. Lo que eres capaz de entregar limpiamente, porque te amo de manera incondicional y el hecho de que nunca serás completamente mío, puede compensarse de algún modo con el saber de qué te encontré al final. Pero, si fuese eterna como tú, el saberte incapaz de amarme del mismo modo en que yo lo hago, me enloquecerá. Me perderé en perpetua tristeza y no deseo eso.


El silencio del vampiro fue aún más claro que una respuesta. Negarlo tampoco hubiese servido de nada. 


Edward nunca se percibía pleno. El lastre del pasado le atajaba hasta la más alegre sonrisa o la más amorosa caricia. Esa era la verdad, pero pensaba que Elise siempre sería incapaz de distinguirlo. 


Sólo que una realidad así, era indiscutible para quien amaba tan desapegadamente como ella. Sin más demandas que el día a día.


Ante la evidencia y el shock de verse expuesto en su secreto, la discusión terminó tan pronto como había iniciado. No por ello tranquilizando a ninguno de los dos. Con un cansado suspiro, Elise se levantó de la cama en pos de sus ropas, mientras que Edward comenzaba a notar un temblor que se apoderaba de su dominio y temió por las consecuencias.


-¿A dónde vas? –La masculina voz salió alterada con un siseo.-


-A dar un paseo Edward. No he dejado éste cuarto en todo el día y ambos necesitamos espacio.


-Yo soy el que debe irse, tú no debes cansarte. –Sus puños se cerraron, buscando calmarse antes de que ella se diera cuenta de lo que le estaba sucediendo.-


-Ve afuera si también quieres. En verdad necesito el aire. Nos vemos aquí más tarde, ¿de acuerdo?


Edward gruñó audiblemente. Dentro de su garganta comenzaba a agolparse la sed y sus ojos se clavaron en ella, revisándola de arriba abajo mientras terminaba de calzarse la delgada blusa verde musgo de algodón por la cabeza y brazos. Enojado y tratando desesperadamente de controlar en silencio al monstruo, se levantó a su propia velocidad y la imitó en acción, deteniéndose ante la puerta para mirarla antes de huir de ahí, avergonzado y salvaje.


Elise se quedó con los holgados pantalones tipo árabe en las manos, justo frente a su cadera, quieta, contemplando su desaparición en el nublado atardecer. Cuando comprendió su ausencia sin haber notado nunca la oscura mirada en él, meneó la cabeza, decepcionada. Se sentía muy incómoda a causa del primer pleito entre ellos, pero más por haber tenido que descubrir ante él la verdad. 


¿Para qué querría ella alargar su vida? La tentación de permanecer por siempre con él sólo iba a aumentar. Lo amaba. ¿Cómo no iba a desear más tiempo a su lado? Sólo que dudaba que si luego de tanto tiempo juntos, él no había logrado enamorarse plenamente de ella, llegase a hacerlo cuando fuesen iguales. 
   

No. Iba a volverse loca de depresión si optaba por intentarlo y luego confirmaba que nunca, nada iba a cambiar. Su corazón se llenó de congojo. 


Con escuetas lágrimas escurriendo mudamente por sus mejillas, puso su mochila al hombro y cerró la puerta tras de sí. El mercadillo nocturno le serviría de distracción. Montó en su bicicleta rentada y se dirigió hacia allá lentamente.


La distancia entre su villa y el bazar empezó a sentirse demasiado larga muy pronto. Agotada y falta de aire, decidió amarrar su vehículo a un poste, confiando en la seguridad de la tranquila ciudad y tomó un tuktuk* en vez; convencida de que sería mejor volver por ella con ayuda de Edward más tarde por la noche.


El mar de puestos con mercancía y chucherías no estaba muy movido ese anochecer, seguramente porque la temporada de monzón estaba por comenzar y todo el día el cielo lo había evidenciado en un cerrado nubarrón que también había abochornado el ambiente. El sudor le escurría notoriamente a Elise por los brazos y pecho al bajarse de su vehículo. Se sentía agobiada por culpa del clima aún antes de comenzar el recorrido, así que luego de menos de veinte minutos, se dejó caer en una mesilla pidiendo un refresco para intentar recuperarse.


¿A dónde habría ido Edward? ¿Qué estaría haciendo él para calmar su mente?, pensó la chica con sincera preocupación mientras bebía directamente de la botella. ¿De cacería quizá? Inconscientemente se negaba a visualizarlo en ese estado, imaginándolo salvaje y cubierto de sangre mientras mataba algún animal. Ella también se alimentaba de ellos, pero ¿era distinto, no? Torciendo el gesto y sacudiendo levemente la cabeza, alejó esos pensamientos y se concentró en la situación actual de su relación. Ojalá y estuviera ahí, en su habitación esperándola ya tranquilo para cuando ella regresara. 


Definitivamente iba a pedirle no volviera a mencionar el tema. No quería volver a saber de la tentación ni pelear por lo mismo con él. Después de eso, se recordó a sí misma su promesa a modo de mantra: Vivir y morir, a su modo. Edward tenía que entenderlo y respetarlo.


Ensimismada en sus pensamientos, se halló interrumpida por palabras incomprensibles por parte del locatario. El hombre le señalaba al cielo y le decía una y otra vez algo que parecía importante. Finalmente, otro cliente también extranjero intervino con un deficiente lenguaje, pero suficiente como para explicarle a Elise que intentaban alertarlos de que estaban por cerrar ante la evidente tormenta que empezaba a gestarse.


Las primeras gotas ya caían antes de siquiera llegar a las últimas cuadras del bazar y de pronto, el cielo se vino abajo. No había donde refugiarse, todo mundo corría en todas direcciones tratando de ponerse a salvo y dada la hora, la mayoría de las tiendas se hallaban cerradas. Los tuktuks iban rebosantes de pasajeros y ya no se detenían por más, ansiosos seguramente por resguardarse en algún lado también ante la intensidad de la lluvia que estaba cayendo. 


Ella subió empapada a uno pero para su sorpresa el conductor se detuvo mucho antes de llegar si quiera a la zona donde ella estaba alojada, negándose a seguir avanzando con el pavimento tan anegado. Así que tuvo que seguir caminando en busca del poste donde había dejado atado su transporte.


Las piernas y el cuerpo le temblaban para cuando llegó hasta su bicicleta, empapada y con la ropa pegada espantosamente al cuerpo. ¿Sería prudente montarla o seguiría a pie hasta encontrar algún taxi de verdad? La tormenta no parecía declinar en lo más mínimo y se halló maldiciendo al clima. ¡Por Dios que se iba a enfermar si no llegaba pronto a su casa y se bañaba con agua caliente! Y no estaba en condiciones de arriesgarse a ello.


A falta de esperanza de encontrar un transporte diferente, se subió al vehículo, sumamente temerosa de caer a causa de la profusa corriente de agua que se deslizaba por la calle.


Bajo estas circunstancias y luchando por controlar el escalofrío que todo le producía, el accidente simplemente sucedió. Ninguno de los dos pudo evitarlo a pesar de ir circulando con suma precaución. El automóvil golpeó la llanta trasera de la bicicleta a pesar de haber frenado antes y Elise intentado virar.


Ella se sintió a sí misma espectadora del percance cuando el violento empujón la tiró sobre el capó del coche dejándola sin aire y sintiendo un impresionante dolor en todo el cuerpo. De ahí en adelante, su mente se entumeció cuando rebotó y salió disparada tres metros contra el duro pavimento, rodando otros tantos y hiriéndose el cuerpo terriblemente en el proceso; quedando inconsciente al instante.



-----0-----



Edward no había parado hasta llegar a las montañas y luego de utilizar sus instintos para inspeccionar el área, dio con lo que estaba buscando. Un grupo de búfalos de agua descansaba dentro del río intentando refrescarse de la agobiante temperatura al atardecer.


Fue fácil asustarlos para que salieran de ahí y lanzarse luego sobre ellos para calmar su sed y temperamento. Una vez completamente saciado, gracias a uno de esos animales de casi quinientos kilos de peso y luego de enmascarar sobre el tipo de depredador que había atacado al gigantesco animal, se sintió más tranquilo.


Cuando terminó, se halló contemplando el cielo y sus relámpagos junto con las primeras gotas de lluvia que el viento traía desde la ciudad. –El Monzón-, pensó. Sabía que esa tormenta no iba a terminar pronto y que lo empaparía e pies a cabeza aún a pesar de su gran velocidad. Le dio igual, de todas maneras, esa vez sí que había quedado sucio por culpa del lodo pegado al noble y enorme animal que yacía inerte a las orillas del río.


Aún estaba molesto a causa de la discusión con Elise, pero ya no con ella, sino consigo mismo. Su niña tenía razón, ser eternamente incompleto era peor castigo que la maldición en sí misma. Sabía que nunca se habría apegado tanto a Elise si no le hubiese recordado a Bella en su propio aroma y calidez,  o por las alucinaciones que reemergieron a consecuencia de ello. Pero ya estaba consciente de que él mismo era quién las provocaba, ¿por qué no podía detenerlas? Iba a perder una última oportunidad de sentirse amado si no lograba superar su duelo.

En ése mismo instante, la mano suave e imaginaria de Bella le acarició el rostro con cuidado y él volteó su vista hacia ella, suplicante.


-Amor mío. No deseo ofenderte. No quiero que sientas que te olvido pero necesito que me ayudes. ¿Cómo podré hacer lo que me pediste si no puedo separarme de ti? Elise morirá y se irá y yo nunca, podré… Estoy maldito Bella. No importa lo que diga Carlisle sobre ésta condición. He hecho demasiadas cosas horribles que ya no tienen perdón. Jamás.-Sollozó quedamente en una pausa involuntaria antes de seguir.- Pero, dejarla morir, cuando puedo ayudarla; ¿es lo correcto? 


Edward no detuvo ahí su debate, verdaderamente perturbado por lo que estaba discutiendo con su propia locura sobre lo que era su absoluta realidad.

-Cuando tú me rogabas te convirtiera no quise hacerlo, porque tú tenías alternativas, una vida entera por delante. ¿Cómo iba yo a condenar tu alma y robarte todo eso sólo por mantenerte a mi lado? Pero ella… ¡Bella! ¡Mi Bella! Sigo sin creer que me perdonaste. No fui digno de ello. Sufriste tanto por mi culpa. ¿Por qué tuve que enamorarme de ti y forzar mi presencia en tu vida? ¡Mi pobre Bella! 

El vampiro se mesó los cabellos, desesperado al no encontrar respuesta a sus preguntas.


-Dijiste que lo intentara, que aprendiera de mis errores, pero ¿cuáles? Fueron tantos… Ella no lo desea amor, y por no rendirme a tu voluntad antes, te perdí. Si ahora respeto la de ella, morirá. ¡Maldición, Bella! ¿Qué debo hacer?


Un impactante relámpago iluminó el campo con una explosión. Un rayo había caído a tierra y eso fue capaz de llamar su atención lo suficiente como para despabilarse y mirar en esa dirección instintivamente. Cuando sus ojos volvieron a su entorno, la alucinación había desaparecido. Edward frunció los labios con tristeza al comprenderse solo e inhaló profundamente, concentrándose en el presente. Esa tormenta seguramente había atrapado también a Elise fuera de casa. Ojalá y ella fuese prudente y buscara refugio o al menos hubiese sido lo suficientemente juiciosa como para regresar a casa apenas había iniciado la lluvia.


Imaginarla empapada lo incomodó. Ella no podía hacer ese tipo de tonterías, no en la condición en que se encontraba. De nuevo se sintió culpable. Si no hubiesen discutido, ninguno de los dos estaría donde estaban. 


Con un resoplido, Edward se puso en pie y como un fantasma del bosque, se convirtió prontamente en un borrón ante la vista, en cuanto empezó a correr a toda su capacidad. Menos de una hora después, disminuía la velocidad a un incómodo paso humano para adentrarse en la ciudad y hasta su destino. 


Lo primero que notó fue que la bicicleta no estaba. Elise no había vuelto a casa y el cielo seguía embravecido. De inmediato se puso inquieto pero decidió darle una oportunidad. Elise era muy inteligente y tenía que confiar en ella. Aún así, no perdió tiempo al meterse a duchar, limpiarse y deshacerse de la ropa manchada. Además, estaba seguro que Elise tendría hambre al regresar y preparó algo caliente para ella. No debía tardar mucho más, ya era muy tarde.


A media noche, el vampiro abandonó la casa. Elise no respondía al teléfono móvil al que finalmente se había decido marcar. Había esperado demasiado queriendo darle espacio a su niña, pero cuando no contestó a ninguno de los intentos, estuvo completamente seguro de que algo malo había sucedido. 


¡Maldita lluvia! No había rastro del débil aroma de Elise por ningún lado, el agua lo había borrado por completo. ¿A dónde podría haber ido ella? Esperaba no equivocarse al dirigirse hacia el bazar nocturno en medio de la aún tenue lluvia.


Los primero rayos del brillante y limpio amanecer lo hicieron enfurecer y rabiar de desesperación escondido ya en la villa de nuevo. Elise no estaba por ningún lado y no había vuelto tampoco. Él no podía salir de ahí y delatarse, así que sumamente alterado tomó la guía telefónica y comenzó a llamar a todos los hospitales, en busca de su pelirroja. Finalmente, casi a media mañana, dio con quien parecía ser ella. 


Ni cubierto de ropa de pies a cabeza podría abandonar el lugar. Necesitaría un milagro para que el lento sol se resguardara de nueves de nuevo. Desesperado, se halló lanzando una silla contra la pared que cayó completamente destrozada al piso con un fuerte ruido. Apenas oscureció, se lanzó en pos de ella, lleno de culpa y temiendo lo peor.


-----0-----


El hospital al que habían llevado a la desconocida pelirroja estaba acostumbrado a lidiar con accidentados extranjeros y la mayoría del personal era bilingüe. Gracias a ello, Elise había podido reportar su nombre cuando había tenido un episodio de lucidez, pero estuvo completamente sedada la mayoría del día. Su estado de salud iba en picada.


Cuando Edward llegó por fin a su lado  identificándose como su prometido, los médicos no le permitieron verla de inmediato. El protocolo implicaba ponerlo al tanto de la situación antes de ello. Su estado cuadraba justamente con el peor escenario que él temía dados sus conocimientos sobre la medicina.


El accidente le había dislocado un hombro, fisurado la muñeca izquierda, roto una costilla y luxado el tobillo derecho. El líquido se había derramado en una de sus rodillas y estaba cubierta de raspones y moretones por cuerpo y rostro al por mayor. Pero eso no era lo único, el residente a cargo bajó un poco el volumen de su voz para continuar con algo más difícil de explicar.


-Sr. Cullen, quiero saber si usted está al corriente de la situación de su prometida.


La seriedad en el rostro asiático, la reverberación en la voz y el latido ligeramente acelerado, delató por completo al joven médico. Estaba muy nervioso buscando el mejor modo de darle las noticias a Edward.


-¿Se refiere a su cáncer?


El corazón se saltó un latido por un momento y luego volvió a acelerar su ritmo.


-Así es. ¿Conoce usted la gravedad del mismo?


-Sí. Es por eso que estamos aquí. Su último deseo. Su última aventura.


-Señor Cullen, lamento decirle esto pero, debido a la metástasis, el cuerpo de la Señora Cullen no se encuentra capacitado para luchar contra el accidente. Sus niveles de plasma son muy bajos. Los daños físicos requieren de mucho para repararse a sí mismos y si aunamos el cómo están reaccionando sus pulmones  a la exposición del monzón, tememos desarrolle una neumonía aguda.


Los músculos del pecho de Edward se contrajeron al instante al oírle. Eso era demasiado irónico y maligno. ¿Después de todo no iba a ser el maldito cáncer lo que se la iba a arrebatar? Iba a ser la misma infame enfermedad que se llevó a Bella. ¡No! ¡Eso no podía estar sucediendo!


-Señor Cullen, no quisiera sonar alarmista, pero creo que es necesario contactar al resto de la familia de la señora. Todo podría suceder y aún si logramos contener la neumonía, las expectativas no son prometedoras. Quizá lo más prudente fuese que ambos regresen a casa para el desenlace. Hemos tenido que ponerle tres unidades de plasma, pero su cuerpo ya casi no las produce. ¿Entiende a lo que me estoy refiriendo, Señor Cullen?


La mente de Edward comenzó a trabajar por sí misma ordenando a sus instintos revisar el área a cabalidad mientras asentía y respondía como se esperaba de él. Lo único que le interesaba ya, era que lo llevaran a su lado, de inmediato.


La cortina se cerró tras de ellos cuando el médico los dejó a solas finalmente. La boca le supo amarga apenas la vio. Su hermosa pelirroja estaba convertida en una muñeca rota, conectada a varios tubos que la ayudaban a respirar y mantenerse en paz; pero la verdad era que parecía casi muerta.


No se detuvo a pedir perdón por lo que hacía, impulsado completamente por la seguridad de que actuaba con la razón. Ya había pasado casi un día desde su cacería, pero iba a arriesgarse, después pediría perdón aunque no estuviese arrepentido en realidad.


Con un movimiento certero, desgarró su dura piel con los dientes hasta hacer brotar la ponzoñosa sangre en ella. Con cuidado y frío cálculo, la pegó a los labios de la chica. Unas gotas, lo que fuese necesario. Elise no reaccionó, pero el pegajoso líquido escurrió garganta abajo hacia su interior, para ser consumido. Al terminar, Edward lamió su herida, para sellarla y luego la besó con cuidado para borrar cualquier rastro rojo sobre ellos.


-Despierta Elise. Mi sangre corre ahora dentro de ti. No voy a permitir que te vayas así. Siempre has dicho que quieres sea bajo tus términos. Está bien. Yo voy a darte el tiempo para que lo logres.


Dicho eso, procedió a sentarse, aguardando pacientemente a que todo resultara como él esperaba  mientras telefoneaba a Carlisle y simplemente respondía lacónicamente cuando él le interrogaba qué sucedía un, -Lo hice, Carlisle. Espero que funcione.-

-----
…Cuando conoces la trama de antemano, es tan fácil narrar todo. Y es que uno está ahí, mirando, oyendo como mudo espectador. ¡Edward, Elise…! Yo sólo estoy aquí para respetuosamente  contar su historia. Pero aún así,  me duele a veces.
-----
Este capítulo lo tecleé escuchando dos melodías, ambas igual de adecuadas, pero opté por la segunda para dejarla guiar mi mano. Es “Running up that hill” de una vieja banda británica llamada Placebo. El ritmo es hipnótico. Es un corazón latiente en agitación aumentada. Una tormenta que se avecina, un calor que proviene del esfuerzo. El amanecer de un nuevo día luego de una pesada noche, pero no por ello una solución.
La letra trata completamente sobre otra cosa, pero yo he querido tomarla casi en su totalidad en forma de discurso de Edward hacia Elise para este episodio de sus vidas juntos. Quien la conozca y lea el capítulo, quizá se sonría al entender lo que estoy diciendo.
Sí, estoy un poco loca. Lo sé. Pero, eso es parte de mí también y lo amo.
Cariños: Sissy
------


No hay comentarios.:

Publicar un comentario