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1 de agosto de 2014

Cap. 18 - LOS DÍAS DE ELISE

CAPÍTULO 18

LOS DÍAS DE ELISE 


MIDNIGHT CITY
M83

 Esperando por un rugido
Mirando al cielo estrellado
La ciudad es mi iglesia
Me abraza en el brillante anochecer


-¡Ay! ¡Desearía tener más apetito para poder seguir comiendo! –Dijo ella riendo como niña mientras se limpiaba modestamente con el dorso de la mano la esquina del labio superior.- Éste Kumpir* está delicioso. 


Edward rió ligero, fascinado una vez más de la capacidad de asombro de su Elise. Aquello no era nada más que una papa cocida y batida con queso, mantequilla y complementos y ella estaba encantada; pero efectivamente, sólo había podido comer la mitad de la misma. Elise le guiñó el ojo cuando descubrió a un minino acurrucado en una esquina.


-Creo que ese pequeño callejero tendrá una buena cena hoy, ¿no es así Elise?


Ella rió a su vez mientras le señalaba en esa dirección con la cabeza. La conocía bien.


Edward  mantuvo su distancia, era común que los animales estuvieran conscientes de su verdadera naturaleza y huyeran despavoridos y prefirió no arruinarle a Elise la diversión. 


El pequeño gatito se irguió apenas la notó ir en su dirección, el pelaje erizado de inmediato, pero el hambre pudo más que sus instintos y a pesar de haber retrocedido unos metros, regresó a su lugar una vez que Elise dejó el alimento en el suelo. Aún inquieto, comenzó a devorar la comida y ronroneó con satisfacción cuando ella le acarició el lomo suavemente.


Elise se despidió del animalito y regresó junto a Edward. 


-Ahora sí. Estoy lista. ¿Vamos?


Ambos se encaminaron hacia la entrada de la antigua cisterna de la basílica, bajando los cincuenta y cinco escalones hasta los corredores. Una colección de columnas largas, fuertes y delgadas rematadas en arquerías, se alineaban perfectamente elevándose sobre las bajas aguas con peces nadando en ellas. La recámara era fresca y bien iluminada, con ecos provenientes de los susurros de los pocos visitantes que se encaminaban hacia la salida ese atardecer. Luego de andar un rato y casi llegando a la esquina del recinto, Edward decidió bromear con Elise.


-Elise, no te muevas. –Le dijo con un siseo bajo y autoritario. Atemorizándola al acto.-


-¿Qué sucede? –Preguntó ella en voz baja.-


-No voltees.


-¿Por qué? ¿Qué pasa Edward?


-Cierra los ojos no, ¡no…!


-¿Edward?


Él no se movió ni un poco, congelado de golpe en una posición extraña y con la vista fija en algo a espaldas de ella. Elise estaba estupefacta, sin lograr comprender lo que sucedía. 


-¿Edward? Respóndeme. ¡Qué…!


Aquél se había convertido en mármol al tacto de Elise, quien lo tocaba por el pecho sin obtener respuesta alguna. Asustada, decidió aventurarse y siguiendo la mirada de él, giró su cuerpo siguiendo esa dirección. Una enorme cabeza de mujer hecha de piedra, yacía en el piso en la base de uno de los pilares, rodeada de agua. ¡Habían llegado por fin hasta la famosa Medusa en la cisterna de la basílica! Ella torció el labio y rodó los ojos, entendiendo el juego. Y con expresión juguetona, comenzó a andar alrededor de Edward.


-Así que Medusa te transformó en piedra, ¿eh? Supongo que sólo tiene poder sobre los hombres, porque, yo aún  puedo moverme. Hum. –Dijo, entrecerrando los ojos para enfatizar el drama en sus oraciones mientras empezaba a sonreír felinamente.- Creo que entonces, puedo hacer lo que quiera contigo, ¿no? Es que, como estás indefenso y  ya casi no hay nadie aquí… 


Echando un vistazo a su entorno, rió traviesa y al comprobar la aparente soledad se acercó demasiado a él, que seguía inamovible. Lentamente, se pegó a su cuerpo y besó la estática y entreabierta boca, profundamente, mientras que bajaba una mano hacia el sur, posándola sobre el miembro masculino sin recato.


-Me pregunto si esto también se congeló… -Le soltó, mirándolo a los ojos con maliciosa sorna.-


Cuidando de que nadie viniera, procedió a acariciarlo provocativamente, sin dejar de besarlo. Edward no se movió, disfrutando del tonto y caliente juego. Si alguien se acercase demasiado, él lo sabría a tiempo. Ambos estaban conscientes de eso. Elise continuó manoseándolo descaradamente por encima de la ropa y luego le restregó sus caderas, en cuanto sintió la respuesta crecer en su mano. Con una risilla indecente, llevó sus labios después sobre el cuello de Edward, succionando y lamiendo con cuidado, pegándose a él para aplastar sus senos contra el duro pecho y aumentar la provocación, uniéndolos al juego de fricción. Y al ver que él se resistía a rendirse, lo miró retadora con una sonrisa perversa, antes de comenzar a deslizarse hacia abajo, con todo el cuerpo, para llevar ese beso al lugar donde previamente había estaba su mano.


Por su parte, Edward, seguía sin respirar y gratamente sorprendido. No había esperado que Elise girara en esa dirección la broma, pero estaba encantado. Claro que él podía fingir perfectamente por largo tiempo que era una estatua más en aquél lugar, pero su miembro no estaba cooperando y tuvo ganas de reír con toda la situación.


-¡Alás! –Soltó ella con risueña satisfacción.- Sabía que Medusa no me iba a ganar. Hola amigo, encantada de saludarte, de nuevo.


Edward rió por fin al oírla dirigirse a su masculinidad de un modo tan bobo. Le estaban entrando ansias por sacarla de ahí de inmediato y hacerla terminar lo que había empezado. Dudaba que pudiese encontrar un lugar lo suficientemente privado en aquel espacio para hacer lo que tenía en mente con ella. ¿O sí? A fin de cuentas, no sería la primera vez que llevaran a cabo una locura de esas. 


Luego de tres años viajando juntos había comprobado que Elise parecía haber desarrollado un gusto perverso por coleccionar monumentos históricos mezclados con encuentros sexuales. Parecía que la Hagia Sophia de Estambul estaba por sumarse a ellos. Y honestamente, le encantaba la idea.


Diez minutos más tarde, y aún con el cuerpo electrizado, Elise salía de la precavida y firme mano de Edward del subsuelo. Sabiente de que ahora iban en pronta dirección de su hospedaje en ésa bella ciudad. Edward iba a necesitar mucho más que ese rápido, jugueteo. Y aunque ella se sentía cansada luego de tanto caminar, estaba deseosa, igual que él. Ya habría tiempo para seguir recorriendo el área en otra ocasión, pensó con placer.


Edward procedió a desnudarla apenas entraron a la recamara entre profundos y posesivos besos y caricias. Los labios y el mentón se le hincharon de inmediato a Elise por la fricción y las succiones, tornándose en un color carmesí brillante que sólo alteró más al vampiro. Y a la par que la sangre se le acumulaba en las mejillas con atractivo rubor, él pudo percibir como el centro de Elise empezaba a palpitar de ansiedad, seguramente coloreándose del mismo tono. 


Los olores de excitación que comenzaban a fluir de ella eran el perfume más tentador posible en ese momento, para los aumentados sentidos de Edward, y embriagado de el mismo, gruñó por lo bajo, entre la boca de Elise. Conociéndose como lo hacían, fue claro para ambos que Edward estaba ansiando en exceso el frenesí del orgasmo y que ese encuentro iba a ser enloquecedor, largo e igualmente, agotador. Al menos, eso último, para ella. 


Él la recostó en la cama y sin dejar de custodiar el control de sus movimientos, bajó su cabeza hasta colocarla entre las blancas y tibias piernas que se habían separado para recibirlo, temblorosas de anhelo y listas para recibir el pago al favor que previamente le había hecho ella a él. 


Elise comenzó a gemir de inmediato al contacto de su boca y las sensaciones que su fría lengua le proveían. Fascinado, Edward empezó a paladearla cuidadosamente, observando las reacciones en aumento del suave cuerpo.  Y con metódica premeditación, se movió en definidos círculos, para extender a cada uno, el placer de ella. Qué bien se sentía oírla perderse así, gracias a él; y seducido por ese sonido, no pudo sino replicarlo, cuando advirtió claramente, como ella se acercaba a la cúspide. 


A Edward se le escapó una sonrisa torcida al sentir su propia excitación subirle por el pecho, electrizándole la piel y exaltando sus instintos con el primer orgasmo de Elise. Estaba anhelando jugar a balancearse al borde de la cordura, a causa del éxtasis de la liberación. Oh, sí, se afirmó  a sí mismo. Iban a llegar ahí. Muchas veces. Reconocer eso con descaro, sólo lo hizo sentir más viciosamente satisfecho de anticipación.


Aún sonriendo por sus propios pensamientos, miró hacia arriba, por encima de la húmeda piel que él estaba devorando, en busca del placer visual de observarla y percibirla, entregada a lo que él era capaz de hacerla sentir. En esa libertina distracción, notó también a él alocado corazón de ella uniéndose en gloriosa orquesta, con los bajos y largos gemidos provenientes desde el oscilante pecho, así como la sangre fluyendo por toda la piel, tiñéndola de rubor y bañándola de un delicioso aroma. Y toda esa combinación de elementos eróticos lo hizo gruñir, al inicio de un frenesí que ni si quiera había comenzado. Al siguiente instante, se halló hipnotizado por consumir sedientamente el primer orgasmo de ella, en su boca. Y se sobresaltó por la sorpresa. Elise ni siquiera había notado su descuido.


Por un instante se preocupó por no haberse dado cuenta de cuán rápido sucedió eso y se amonestó en silencio por su temprana distracción. Más le valía a él estar siempre pendiente de su enajenamiento. Ella aún era humana y frágil. Luego de retroceder un poco en su efervesencia; y de chequear con el codicioso monstruo dentro de él, ambos se coordinaron para amar y hacerle el sexo a su mujer. Cuantas veces pudiese ella soportar, le recordó morbosamente aquél.


Tres años juntos no eran nada, pero habían sido suficientes para transformar a Edward en la intimidad. Extrañamente, al lado de Elise, había cambiado en su modo de vivir esa experiencia. Confiaba en él para experimentar, para gozar y complacerla también. Sabía que había riesgos, sí. Y no hubiera sido él si no hubiese estado en constante vigilia de sus desenfrenos siempre y cada vez, pero aún así, no dudaba. Elise era para él y él era, ¿para ella? Así lo esperaba.


Muchos excesos sucedieron esa noche, con Edward siempre buscando proveer y no dejarla perder el ritmo, tomándola de modos que a ambos complacía y llegando juntos al clímax una y otra vez. Y siempre oscilando al filo del peligro a causa de su naturaleza. 


¡Ah! Suspiró sobre una vez más sobre su cuello. Cuanto añoraban sus instintos prenderse de ahí y beberla mientras que también la llenaba. Cuanto deseaba que ambos fuesen iguales para no temer más. Pero nunca fallaba en desviarse oportunamente, para no desgarrar la delicada piel y cometer una violación a la confianza de ella. 


Quizá el día en que Elise finalmente se decidiera, se dijo mientras seguía follando, esa sería la forma más perfecta de transformarla para distraerla del dolor. 


Quizá eso sería una estupidez. Él podría perderse en el delirio y drenarla por completo.


La imagen terrorífica de una inerte Elise, colgando de su abrazo como muñeca rota, le abofeteó la mente, haciéndole retroceder al instante sus labios del codiciado cuenco que lamía, asustado. No, se dijo. Cuando la convirtiera debería ser muy cuidadoso, buscando el modo de que fuese lo menos traumático para ella.


Y si bien fue cierto que a lo largo de esa noche, ese tipo de confrontaciones rondaron el pensamiento de Edward cuando se atrapaba besándola ahí; la mente de Elise, por su parte, se ausentaba por completo de cualquier temor. Totalmente entregada y doblegada de amor, ante el peligroso y atrayente encanto y fuerza del vampiro. 


Así era siempre para ambos, cuando Edward se dejaba llevar por sus deseos.


De esa forma, al carecer ella de voluntad para negarle  nada que le pidiera o pudiera darle él; cansada y brillante de sudor, cubierta de húmeda sexualidad luego de follar  por horas, tampoco se opuso cuando Edward, llevado por su ardor y frustración, llevó su mano por encima de su lubricado trasero y repentina y suavemente, deslizó de a poco, un dedo dentro de su ano.


Elise respondió con un agudo y sorprendido gemido de placer, sin si quiera abrir los ojos. Aún no había salido del éxtasis anterior y todavía  tenía el duro miembro de Edward enclavándola, cuando su excitación se redobló ante la súbita invasión. 


Ella era arcilla y él, quien la doblegaba sobre sí, para obtener lo que quisiera.


Abstraída, lo escuchó gruñir y sisear cuando la llenó por completo y también se escuchó a sí misma gemir sonoramente al sentirse firmemente empalada por ambos lados. Igualmente sintió cómo Edward aumentó las embestidas en fuerza y velocidad, y cómo repentinamente sonó en sus oídos, más como un animal salvaje, que a sí mismo. Eso debió haberla alertado en otro momento, pero en ése instante, en ése primitivo acto de apareamiento, Elise lo obvio. Ya había empezando a perder el contacto con la realidad a causa de la renovada vorágine en su sexo. Casi desmayada de placer, al ritmo de la doble penetración. 


Repentinamente Edward rugió ferozmente y ella lo sintió tensarse duramente, un instante antes de llegar a la cúspide, arrastrándola junto con él en la explosión. Aquel desmesurado y retorcido delirio, no los liberó de su fuerza, simplemente los lanzó en un ensordecedor orgasmo, en un pozo profundo de furor. Dejándolos ahí, perdidos voluntariamente.


Cuando le fue posible, Edward se quitó de encima, escuchándola gimotear en protesta cuando salió de ella. –Bien-, sonrió maliciosamente él al compás de sus pensamientos. Le agradaba que Elise resintiera la ausencia a pesar de estar aparentemente muda de agotamiento. A él también le calaba.


¡Pobre, bella y ardiente Elise! Pensó, lamiéndole suavemente  la piel del hombro. Sabía que iba a lastimarla si procedía de nuevo a trabajarla sin darle descanso. Aquella última vejación suya la había hecho consumirse y lo tenía a él, esclavizado de deseo por ella. Con respiración entrecortada, la abrazó por la espalda contra sí, mientras le besaba la nuca y masajeaba con delicadeza la suave piel de su cadera, para confortarla y no perderla ante el sueño que quería arrebatársela.


-Imagina Elise. Imagina solamente… 


Le dijo en una seductora invitación de aterciopelada voz, sin terminar la frase a propósito Y aunque ella estaba muy quieta, en un trance a causa del éxtasis, supo que ella había entendido perfectamente la referencia.


Si ambos fuesen iguales, no tendrían que parar nunca.


Con un poco de frustración, esperó algunos minutos hasta que notó que todo el cuerpo de ella por fin se había relajado. Si se hubiese sentido menos, alterado, le hubiera concedido tregua, dejándola descansar ya. Pero no. Eso, ellos, aún no habían terminado. Y abusando de su encanto sobre ella, procedió de nuevo a provocarla…


----- 0 -----


Faltaba poco para el amanecer, cuando ella finalmente, dormía pesadamente; desnuda y brillante de sudor sobre las sábanas arrugadas. Por el bien de ella, Edward se había detenido. La había dejado exhausta y seguramente muy dolorida por los excesos físicos a los que la había empujado. Los fuertes recuerdos del frenesí de ambos, le llenaron momentáneamente toda su mente y sonrió con fanfarronería al mirarla descansar, desfallecida,  a su lado. Tenía que darle un poco de condescendencia, ella había estado magnífica. Lo único terrible de todo era que en realidad, él, no estaba aún completamente satisfecho.


Se congratuló de haberse dejado ir más allá esa noche y por los lujuriosos resultados obtenidos. Pero la otra consecuencia, la de aflojar un poco la tensa cadena lo hizo suspirar, incómodo. Cuando era permisivo con sus deseos, el monstruo ganaba terreno y la sed le acosaba. Entonces, era o ceder al instinto, o coger por días con Elise. Y como lo segundo no era una opción viable, aceptó que tendría ir de cacería antes de lo previsto.


Se vistió sin prisa mientras meditaba sobre las apasionadas perversiones a las que había llegado con Elise  y se halló comparando, como en otras ocasiones, aquella vasta intimidad, con la que había tenido con Bella.  


Con ella nunca se había permitido ser tan lascivo, temeroso perenemente de morderla cegado por la sed. Nunca dejó de sentir, que acceder a que Bella fuese su igual, sería una aberración. Él debía proteger su alma ante todo y por más que ella se lo había rogado, siempre se negó rotundamente. 


Claro que con el tiempo, el amor que sentía por Isabella, comenzó a mermar su voluntad, flaqueando en decisión. Mas los sueños de Bella clamando por el hijo que no podía tener, terminaron por domar toda insensatez y pasión en el vampiro. Acongojándolo en lo profundo, por saberse insuficiente para ella.


En cambio, con Elise, ese miedo era ya más bien un razonamiento constante al cual le tenía ya poco tiento cuando se sentía así de exaltado. Sin él, sin su ponzoña, Elise se hubiese ido hacía mucho. Si llegase a transformarla accidentalmente, seguramente no podría ser tan grave. Ella le amaba y aunque ambos habían postergado la conversación, más de lo debido; casi tenía la certeza de que lo había logrado. Pensaba que ella querría permanecer a su lado, del modo que eso fuese, por siempre.


Ya habían pasado tres años desde el inicio de su travesía, juntos. Se conocían bien. Los secretos que quedaban eran pocos y parecía que todo era lo más cercano a lo perfecto, dadas las circunstancias. 


Elise era tan única como lo había sido su Bella y creía en ella a pies juntillas, conocedor de que para sus años humanos, ella era una verdadera adulta y por ende, muy distinta en su proceder al del Bella en todo. 


Esto era tan notorio, que a Edward  incluso le había resultaba extraño la aparente indiferencia de Elise al paso del tiempo. Y es que ella contaba ya con un año más de edad para entonces, del que había tenido Isabella cuando la abandonó.


Tiempo. El temor al mismo no había tenía sentido para él por más de una centuria. Preocuparse por algo así cuando eres eterno, es inverosímil. Pero esa apatía cambió cuando se enamoró de Bella. Fue por ella que comprendió cuan efímero era un segundo y cuan doloroso era tener todos ellos contados. Cuando estuvo a su lado vivió siempre intentando disimular la angustia que ese inevitable saber le causaba. 


Pero  Isabella se mantuvo omnisciente de que cada día que pasaba, la acercaba más a una muerte que ella no quería, si no era aquella que le permitiese existir con Edward, para la eternidad.


¿Por qué no la escuchó? 


Fue muy ingenuo de su parte al creer que él podría controlar todas las variables y mantenerla perpetuamente feliz, sin sacrificar su vida, su alma. 


Bella jamás dejó de renegar al respecto. 


¿Habrían tenido más tiempo para ellos si su encuentro con Carlisle y la inmortalidad hubiese sido una década después? Quizá si él hubiese sido un poco mayor, con una apariencia menos juvenil… ¡Oh! –Suspiró con desagrado repentinamente.- Tonto.


¡Qué absurda idea se le había ocurrido! 


Reconectándose con el presente, lanzó una mirada hacia la chica dormida e intentó desechar ese inútil cuestionamiento sobre un pasado muy lejano.


Era cierto que Elise lucía de menos edad de la que tenía debido a su excesiva delgadez y perene sonrisa, pero aún para el difuso ojo humano se estaba haciendo evidente que ella era, en apariencia, sólo un poco mayor que él. 


¿Por qué era que esto no le afectaba a Elise tanto como lo había hecho en Bella? ¿Acaso era meramente una cuestión de la época en que estaban viviendo? Pero aunque ese fuese el caso, lo cierto era que ella se iría menguando y que él se mantendría casi inmutable. Igual que antes.


Los vampiros no envejecían, al menos no como los humanos. Se necesitaba ser muy antiguo como los Volturi o como los rumanos, Vladimir y Stefan, para poder comprender cuan lenta era la huella que el paso del tiempo dejaba sobre los de su clase. Y aunque Edward junto a Carlisle habían descubierto y comprobado que la dieta vegetariana de ellos aceleraba el envejecimiento, éste era sumamente pausado aún. 


Edward aparentaba para ese momento y desde hacía muchas décadas, unos veintidós años, mientras que Elise pasaba ya de los veintiocho. Aquello no era demasiado en exterior, pero supo que eso, era algo más que tenía que traer a la mesa para la consideración de su pelirroja. Quizá ese razonamiento resultase ser el factor que ayudase a mover la balanza hacia su lado antes de que el cuerpo de Elise, por su enfermedad, llegase al punto de no retorno a pesar de la ponzoña. Un evento del que ambos, desconocían su arribo al estar imposibilitados para analizar su sangre en esa parte del mundo y porque su aroma, luego de tanto tiempo de alimentarse de él, estaba ya completamente mezclado con el del vampiro.


Edward se sacudió de hombros al darse cuenta cuan rápidamente había pasado del morbo a la culpa y de ahí a la incertidumbre con solo evocar a Isabella y se retorció por dentro con malestar. Un suspiro de molestia se escapó de su boca. ¡Estúpidos pensamientos que le rondaban por la cabeza en el momento menos indicado!


Apretando los labios, y atragantándose las ideas, le echó un vistazo a su agotada amante en el lecho. El veneno se le agolpó en la boca cuando sus viciosos ojos notaron de nuevo los hinchados y carmesís labios contrastando contra la radiante y cremosa piel de nácar. Todo el desnudo cuerpo exudaba sexualidad y tragando forzadamente, cerró sus párpados para alejarse de la tentación, captando de nuevo el deseo frustrado que seguía pesándole entre las piernas. Volvió a exhalar resignado e hizo un gesto raro con los labios antes de redirigir su mirada hacia la mesita de noche, una vez reabiertos.


Tomó papel y pluma y le escribió una breve nota explicándole que iría más allá del puente, al lado oriental de la ciudad y hasta las montañas. Pidiéndole en él que se cuidara bien en su ausencia y afirmando que volvería en cuanto anocheciera. Dejó el papel a un lado de la cama y sonrió involuntariamente al inspirar el aire mientras lo depositaba sobre la almohada. 

¡Ugh! Elise emanaba un espectacular aroma a feromonas y se le removieron las entrañas de nuevo, ansioso. Era mejor salir pronto de ahí antes de que pudiese caer en la tentación de despertarla sólo para saberla incapaz de seguirle el paso ya. Una sonrisa torcida y avergonzada se le colgó de los labios al reconocer el tamaño de sus apetitos y con una ahogada risa burlona, se marchó finalmente de ahí.




----- 0 -----


Elise despertó poco después del medio día muy hambrienta y con tremendo dolor en las extremidades. Antes de intentar incorporarse, ya se estaba quejando entre morbosas risas. ¡Vaya que sí era difícil intentar complacer a Edward a veces!, pensó. 


Miró a su alrededor y tal y como lo esperaba, él no se hallaba ahí. Eso no le sorprendió. Sospechaba desde la noche anterior que él iba a necesitar de más y la culpa le arañó un poco el interior como cada vez que se sabía insuficiente para él.


Pero como, Eso, ya lo habían hablado y estaba consciente de que era normal no poder estar a la par con él, no quiso ahondar en el asunto. Así que prefirió atender a los rugidos de su estómago, incorporándose finalmente, entre bastantes molestias.


Un largo rato después  se encontraba satisfecha, aseada y en mejor estado como para salir a la calle. Quedarse encerrada no se le antojaba luego de arreglar la morada de ambos. No quedaba mucho por conocer en Estambul así que mejor fue en busca de víveres ya que había arrasado considerable con ellos durante su almuerzo.


De vuelta en casa y entrada la tarde, se encontró tumbada frente al computador, debatiéndose de nuevo sobre si había hecho lo correcto o no, al ceder a los chantajes de su madre para regresar a Estados Unidos a tiempo para la graduación de Franco. La idea de volver finalmente a América seguía chocándole. Sentía que si lo hacía, estaría abandonando la tierra de Nunca Jamás y temía enfrentar a la realidad por fin. Simplemente no se creía capaz de ello aún, aunque sabía perfectamente porqué había aceptado y medio informado a Edward al respecto. Había sido por culpa de la charla que había sostenido con Lady Davis hacía un par de semanas atrás.


Lady Davis-Ümit era quien les rentaba su casa de huéspedes en Estambul. Una afable mujer mayor cuya edad fluctuaba alrededor de  los setenta años, de cabellos blancos y unos aún muy llamativos ojos verde esmeralda, en un rostro arrugado por el paso del tiempo, que evidenciaba haber sido su juventud una gran belleza. Además, Lady Davis poseía un agradable carácter que a Elise le hacía gracia, por lo cual, en varias ocasiones y en especial cuando Edward se ausentaba, ambas se reunían a tomar té en la casa principal.


Durante esas reuniones, se había enterado que era viuda de un ingeniero inglés –y por ende el nombre-, quien había ido a Turquía a trabajar en la industria de la extracción petrolera y la lucha por la construcción de los oleoductos de Europa Oriental, desde finales de los años setentas.


-Tú sabes, querida. Los ingleses han metido las narices en todo el mundo, intentando adueñarse de cuanto pudieran. Sólo que aquí no les fue muy bien. –Había añadido con un guiño travieso para la risa de contagiosa de Elise.-


Elise y Lady Davis se habían vuelto buenas amigas, ya que la señora le trataba como una madre cariñosa y metiche. Increpándole constantemente sobre su delgadez y la apariencia de estar al borde de la enfermedad, haciéndola comer en demasía toda vez que ambas se reunían.


Aquella tarde en cuestión, Elise había estado descansado sola en casa, cuando unos suaves golpes a su puerta la hicieron levantarse. Era Lady Davis que la invitaba a beber té, sabiente de que Edward no se encontraba por ahí.


Elise había aceptado de buen agrado acompañarla. Sabía que a Ílkin –como se llamaba Lady Davis-, no se sentía cómoda en presencia de Edward, como la mayoría de las personas tampoco lo hacía. Seguramente debido a sus instintos de preservación y detectando algo que la repelía naturalmente lejos del vampiro.


Una vez instaladas en la sala con sus bellas tazas en forma de tulipán llenas del oloroso té turco, Elise notó la pequeña vela encendida frente a una vieja fotografía en blanco y negro de un guapo joven; y comentó al respecto.


-¿Su hijo, Lady Davis?


-¡Oh, no, querida! Yo no tuve hijos. Se trata de mi primer marido, Ömer. 


La mirada curiosa y afable de Elise animó a Ílkin a hablar de un tema, que se le apetecía bastante esa tarde.


-Soy dos veces viuda, querida. Es una historia larga. Pero es que hoy es su aniversario y le he prendido una vela, como siempre desde hace cincuenta y tres años.


Aquella devoción sorprendió a Elise de sobremanera y no dudó en indagar al respecto.


-Si no le molesta, Lady Davis, ¿cómo fue que él falleció tan joven?


-Ay, mi niña. Ömer fue mi primer y gran amor. Era sólo cuatro años mayor que yo y éramos de la misma villa, aunque de niveles económicos muy distintos. Yo era de familia desahogada y Ömer, un simple graduado sin mucho futuro. Aún así, nos enamoramos, en contra de todo. Cuando tenía dieciocho años, me casé con él a escondidas, pensando que mis padres se resignarían, pero me equivoqué. Aunque era su primogénita y su adoración, mi padre me repudió y para huir de las consecuencias de mi desobediencia, tuvimos que marcharnos hacia acá, Estambul, en busca de oportunidades.


Fue difícil para mí perder a mi familia y mis privilegios, pero le amaba tanto, que no me importó. Sólo que mi felicidad no duró mucho, hija. Ömer y yo nos encontrábamos en una postergada luna de miel rumbo a los balnearios del Caspio durante nuestro segundo año de casados, cuando el viejo autobús en que viajábamos, chocó de frente con otro vehículo y nos despeñamos. Fue algo muy trágico. Algunas carreteras en esa época eran un verdadero peligro.


A Elise se le abrieron mucho los ojos con la horripilante imagen que se formó en sus ojos. ¡Qué terrible había sido aquello!


-…Hubo muchos muertos, entre ellos mi amado Ömer. Yo me salvé, pero salí muy mal herida. Una varilla se me incrustó por la cadera y me atravesó el útero, por lo cual tuvieron que removerme la matriz, dejándome estéril como consecuencia... Fui de los pocos sobrevivientes y estuve internada durante meses en el hospital a causa de mis heridas. Por supuesto que mi madre vino a verme cuando se enteró, pero mi padre no. Él jamás me perdonó y llamó al accidente mi castigo divino.


La chica tragó aire ante la impactante revelación sobre la cruel elección del padre de la joven Ílkin. Ese sonido, dijo mucho de lo que opinaba, sin palabras.

-…Para cuando salí del hospital, estaba sola, muy deprimida y endeudada hasta la siguiente vida. Fue una época muy difícil. Hacía de todo para sobrevivir y a pesar de que mi madre me ayudaba a escondidas de mi padre, enviándome víveres y dinero, pasé verdaderas hambres Elise. Y, además, el haber sido una mujer bonita y sola, sin marido; fue casi una maldición en vez de una bendición. Muchos hombres pensaban que podían abusar de mi situación y lloré de pánico más de una vez por el acoso al que algunos me sometieron. Incluso pensarías que los médicos del hospital, con su cultura y roce, debieron ser distintos, pero no. Algunos de ellos intentaron cosas muy deshonrosas mientras trabajé ahí para menguar mi deuda. Su ciencia importaba poco cuando sus testículos hablaban.


Elise se sintió sumamente asqueada e irritada por las crudas vivencias de Lady Davis, compadecida al acto por la injusticia que le había tocado durante su juventud. Y no dudó en dejar salir un insulto por lo bajo, para con esos lascivos hombres que lastimaron tanto a la respetable dama que tomaba el té con ella.


-…Para cuando tenía ya treinta y tres años, querida, un ingeniero británico llegó con una fractura de fémur al hospital y ahí, se fijó en mí. Pero a diferencia de la mayoría, me trató como el caballero que era. Quizá influyó también que él era un hombre mayor. Tenía cincuenta años y nunca se había casado por falta de tiempo y también por la vida tan desorganizada que había llevado hasta entonces. Siempre de aquí a allá en busca del éxito.


Ílkin sonrió con suavidad al recordar algo en su mente, evidenciando la transición de sus penurias a una existencia mejor con esa relación.


-…El Señor Davis me cortejó como debía ser. Como parecía que nunca más iba a ser posible Elise. Comprende. Yo, para ésa época era prácticamente una pária entre los míos. Viuda, pobre y osca. Si te soy sincera, sabía que él era mi única oportunidad de cambiar de vida, de sentirme una persona de nuevo. Así que luego de un año, acepté casarme con él, aunque, nunca le amé en verdad. Al menos, no como se debe amar a tu esposo. Eso, ÉSE, fue mi Ömer. Pero Clint, me aceptó con todo mi bagaje y yo me esforcé en hacerle feliz, en retribuirle la bondad con que me trataba.


-Ílkin, pero… En verdad, ¿nunca lograste enamorarte de él?


-Oh, sí, pequeña. Pero… Bueno, al menos en mi caso, mi corazón ya había amado lo que podía. Al Señor Davis le quise mucho, le respeté y honré. Sólo que, hum… Así son las cosas a veces.


-Y él, ¿no se dio cuenta?


A Elise se le estaban viniendo espasmos al estómago, nerviosa y asustada. Reflejada en la confidencia que escuchaba y a la espera de la respuesta de Lady Davis. 


-Sí, lo notó. Pero él sabía todo de mí. Y me tomó así. Aunque hubo una vez en que me dijo que esperaba algún día poder traer el brillo completo a mis ojos cuando lo mirase a él y sólo a él, pero se rindió eventualmente. Después de ello, creo que más bien nos hicimos dos buenos compañeros, compartiendo la casa y la vida que teníamos. 


Él se hizo anciano muy pronto, siendo dieciocho años mayor que yo, pero aún así, estuvimos juntos por veinte años. Nunca tuvimos demasiado, hasta que mi madre murió y una inesperada herencia me bañó con negra fortuna. Mi hermano menor murió joven en una disputa y no había más herederos. Mi padre nunca cambió de opinión respecto a mí, pero al morir y dejar todo a mi madre, ella se volcó hacia mí. Así que cuando volví a enviudar, jamás tuve que preocuparme de nuevo por el pan de cada día. 


Un día, la casa me quedó muy grande y silenciosa y fue cuando decidí empezar a arrendar la de los invitados. Estambul ha recuperado su posición de antaño en atraer viajeros de todo el mundo y así, no estoy sola. Me agrada echarme “hijos” de todas las partes del mundo, como tú Elise.


Aquella sonrió, apenas, tras la mano que cubría su boca y disminuida respiración. La historia de Lady Davis le había dado certeramente en el blanco. Ella había vivido muchas penurias y recompensas a lo largo de una azarosa vida con la única constante de seguir enamorada del hombre que había perdido, hacía tantas décadas atrás.


-Elise, dime pequeña, ¿te incomodé con mi cuento? Lo lamento. Te has quedado muy callada.


La pelirroja pestañeó varias veces para poder salir de su estupor, antes de contestar entre tartamudeos.


-¡Oh, no, Ílkin! No. Es sólo, que estoy muy impresionada por todo lo que contaste.


La anciana esbozó una lánguida sonrisa.


-No te dejes perturbar por mis cosas, niña. He abusado de tu linda persona. No quise cargarte mis tristezas.


-No lo hiciste Ílkin. En serio, es sólo que… Yo. Tengo algo, hum, similar con Edward. Y lo tuyo, bueno… Me ha dejado, muy confundida.


-¿Cómo, similar, Elise? Sé que tu Edward es muy raro y que seguramente debes amarlo mucho, porque, la verdad, aunque tiene unos modales impecables y se ve que cuida bien de ti, él. ¿Cómo decírtelo? Él. Da miedo. ¿Acaso te  ha hecho daño alguna vez, niña?


Elise comprendiendo de inmediato a lo que se refería Lady Davis, pero no dudó en negar rotundamente la implicación.


-No Ílkin. Jamás. Al contrario. De no ser por él, yo… Digamos que él, es mi vida.


-Sí, es evidente con solo mirarlos que lo que hay entre ustedes es, único. Pero es que él es, demasiado, misterioso, ¿no lo crees?


Elise rió suavemente para descartar las bien intuidas verdades respecto al vampiro y con deliberación, movió otra pieza de la conversación hacia el dilema que estaba ella reexperimentando.


-Él, es peculiar sin duda Lady Davis, pero no hay nada de qué preocuparse.


-Entonces, ¿cuál es tu problema, querida?


-Yo… Oh. Es que, Edward… Él quiere que, me quede con él, por siempre.


-¿Quiere casarse contigo? ¿Qué tiene eso de malo? ¿No lo amas lo suficiente? No lo podría creer si me lo niegas.


-No. No. Yo lo amo. Quiero una vida con él, pero… Es que él, trae una sombra a cuestas que no lo deja.


La mujer mayor arqueó las cejas, sorprendida. No quería sojuzgar, pero aquello le parecía muy dramático en un hombre tan joven. Y luego pensó, que quizá por eso Edward era como era.


-¿Cómo es eso Elise? ¿Qué le pasó?


La chica se mordió el labio mientras la miraba por debajo de las pestañas. Tenía que escoger bien sus palabras para no cometer un error imperdonable respecto a Edward.


-Digamos que algo tan traumático como lo tuyo con Ömer. Su, mujer, murió de neumonía muy joven y él no puede superarlo.


Ílkin la miró intrigada. No esperaba oír eso.


-¿Qué edad tiene Edward, Elise? ¿No es muy chico para haber estado casado ya? Quiero decir, en éstas épocas son muy pocos los que se casan jóvenes. ¿Tiene hijos?


-No. Nada de eso. Te digo que fue muy similar a tu historia. Ellos se enamoraron muy pronto. De diecisiete años ambos y huyeron juntos porque el padre de ella no aceptó tampoco la relación. Edward sólo quería lo mejor para ella. E incluso, intentando devolverle la vida que él creía le pertenecía por derecho a Isabella, se hizo a un lado… Pero ella, murió algún tiempo después, de neumonía.


-¡¿Acaso se dejó morir la pobre chica?! –Preguntó Ílkin mortificada.-


-No. Fue de causas naturales.


-Pues vaya que si también le tocaron cartas grandes a tu hombre. No es de sorprender que esté traumado con la experiencia.


-Es que, el asunto es, que no estoy segura si sólo es un trauma Ílkin. Él, sé que me quiere, pero luego de oír tú historia… He vuelto a dudar si alguna vez llegará a amarme.


La transparente mirada de largas pestañas se clavó en la anciana, temerosa. Y en espera de ayuda.


-Esto. ¿Se lo has planteado a él, querida?


-Sí. Lo hemos hablado muchas veces. Pero si yo no hubiese aceptado compartirlo con Bella hace mucho, no estaría aquí, hoy, contigo.


-¡Ay, mi niña! Si estas estás esperando que yo te dé una respuesta esperanzadora, soy la persona equivocada. Yo me volví a casar por conveniencia, por temor a la soledad y la pobreza. Es cierto que Clint me dio días muy buenos y que tuve una auténtica ternura por él, pero no llegué a amarlo jamás. Éramos muy distintos y ambos buscábamos una compañía adecuada para nuestro ocaso… Yo me sentía una anciana cuando lo conocí y él, con sus consideraciones, me revivió, pero, aún así… -La mujer de cabellos blancos se encogió de hombros con un mohín y señaló con la mirada a la foto de la chimenea, a modo de cierre para su explicación.-


Elise, elevó la cabeza con un  descorazonado suspiro.


-Mira Elise. No lo tomes así, te lo digo. La única que puede saber la respuesta sobre si él te ama o no, eres tú. Pero, hija. Si luego de todos estos años vagando juntos por el mundo aún no lo sientes tuyo, creo que tú misma sabes ya algo que no quieres enfrentar. Ahora, más bien, deberías plantearte si eso es suficiente para ti. Eres joven. Yo también lo era, pero en verdad, en mi momento, carecía de opciones. Ésta es otra vida, otra situación. No te ates a alguien que, aunque parezca maravilloso en todo lo demás, no te convence en su capacidad de entrega. Habla con él de nuevo. Plantéale tus dudas y, decide. La vida es muy corta y muy larga para vivirla a medias, mi niña. Y otra cosa más, hay corazones que sí logran amar dos veces, pero es un asunto de paciencia y amor. Mucho amor…


Elise asentía levemente en introspectiva mientras recordaba esa conversación tendida a solas en la cama. Ílkin tenía razón. Había mucho que hablar con Edward, pero eso, significaba el fin de muchas cosas. ¿De cuáles? Aquello dependía enteramente de lo que yacía al interior de Edward. 


Nunca jamás, se avecinaba el fin de Nunca Jamás, pensó Elise entre un suspiro y a la espera de Edward.  Esa noche tendría que decirle a él que había terminado de decidirse. Era necesario empacar y comprar boletos de avión rumbo a América.

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Quería darles un capítulo de felicidad plena a Edward y a Elise. Sumergidos en una vida de aventura y exploración más allá de lo que ambos soñaron, pero no supe cuando todo cambió. De repente vi que Elise tenía que decidir, ya. Supongo que habrá que hacer el humo y los espejos desaparecer, para poder ver las cosas como son y llegar al final en mi mente.
Un beso a todas y espero les haya gustado. Gracias de antemano por sus comentarios. Ellos alimentan mis ganas de seguir, porque sin ustedes, sólo soy una loca con un hobbie yermo.
Y si vienen aquí, ¡adoraría me lo comentaran!
Cariños: Sissy
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Musicalmente ya opté por algo más nuevo, por así decirlo. Porque “Midnight City” es del 2011. Y la verdad me sentó muy bien lo de M83 para narrar la trama de hoy. Para mí la melodía es un reloj en marcha. Uno, para andar con paso firme y rumbo incierto, buscando ser sorprendido por la ciudad misma al caer la noche.
Yo vivía así de vez en cuando, no hace mucho, en otra vida. A veces, lo extraño, mucho.
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